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Me levanto al tiempo que las doncellas entran en la habitación. Me estiro por unos segundos y me dirijo a mi tocador para desenredarme el pelo; una doncella se acerca con intención de coger el cepillo, pero la detengo agarrándolo antes.
-Pero, señorita, no es apropiado que lo haga usted- dice casi en un susurro.
La miro antes de volver a centrarme en el espejo.
-Que mis padres no sean capaces de hacer las cosas por su cuenta no significa que yo también necesite a gente que las haga por mí- contesto empezando a cepillarme.
Sin decir nada más, hace una pequeña reverencia y camina de nuevo hacia sus compañeras, quienes limpian la habitación con total tranquilidad.
Una vez he terminado, me acerco a la cama para hacerla y colocar todo en su sitio.
-Alteza, el desayuno está servido- escucho una voz a mis espaldas cuando termino de acomodar la almohada.
Me giro hacia la puerta y asiento con una pequeña sonrisa.
-Gracias, diles que iré enseguida.
El hombre se inclina por unos segundos y desaparece por donde ha venido.
Tras asegurarme junto a las demás que la habitación está ordenada, me acerco al armario y saco uno de los muchos vestidos para cambiarme.
-Podeís iros. Gracias por vuestra ayuda y que tengáis un buen día- les digo a las chicas dejando el vestido de color azul cielo sobre la cama, el cual parece camuflarse con las sábanas.
Me lo pongo con facilidad y, tras colocarme los zapatos y una diadema, ambos azul oscuro, salgo de la habitación para dirigirme al comedor.
Nada más poner un pie en la estancia todos los ojos se posan en mí.
-Llegas tarde- dice mi padre con la seriedad que le caracteriza, volviendo la vista a su plato de comida aún intacto.
No contesto a su comentario y me siento en frente de mi hermana, quién me dedica una gran sonrisa.
-Emily, tienes permiso para ausentarte de tus lecciones y así preparar el discurso para el Día de la Cosecha- me informa mi madre cuando casi hemos finalizado el almuerzo.
Asiento levemente y termino de vaciar el plato. Me levanto con él en la mano y me acerco a recoger el de mi hermana.
-Tenemos gente para eso- escucho decir a mi padre quien me mira con el ceño fruncido.
- No creo que pase nada por ayudarles de vez en cuando- contesto sosteniéndole la mirada antes de dirigirme a la cocina junto al resto de sirvientes.
Se me forma un nudo en la garganta al observar como tiran a la basura la comida de algunos platos que nos han servido y apenas hemos tocado.
El ruido de unas cacerolas golpeando el suelo me hacen volver a la realidad.
-¡Inútil!- grita uno de los mayordomos a la anciana que ha provocado el estruendo- ¡Recoge ésto inmediatamente si no quieres que te castigue!
La mujer se agacha con dificultad y, con las manos temblorosas, coge las cazuelas para colocarlas en su sitio; pero antes de que pueda llegar a la encimera, tropieza y éstas caen de nuevo al suelo.
El hombre se acerca de forma amenazante y saca un látigo del interior de su chaqueta.
-¡Basta!- me escucho chillar cuando está a punto de golpearla.
Me acerco con rapidez y me coloco entre ambos.
La mujer, encogida, se aferra a mi vestido y me dedica una mirada suplicante.
Me acuclillo junto a ella y le tomo las manos, sonriendo levemente para tranquilizarla.
-No voy a permitir éste tipo de abuso hacia los empleados- me dirijo al mayordomo mientras me incorporo- No es necesario usar la violencia contra ellos cuando han cometido un error que le puede pasar a cualquiera, usted incluido.
-¿Quién te crees que eres para dar órdenes?- escucho la voz de mi padre proveniente de la puerta.
De reojo, veo cómo se acerca hasta quedar a escasos metros de mí.
-Conoces tus labores como Princesa y todo lo que haces no está entre ellos- dice muy serio y con el ceño fruncido.
-Prefiero dedicarme a ayudar a los demás que a acudir a actos y fingir que te importamos-contesto imitando su gesto.
-Ve a preparar el discurso si no quieres sufrir las consecuencias de desobedecerme.
De nuevo, le sostengo la mirada antes de salir de allí. Pero el nudo en la garganta vuelve cuando, ya detrás de la puerta cerrada, escucho latigazos y los alaridos de la pobre mujer.
-¿Emily?- escucho la voz de mi madre y cómo se acerca a mí.
La observo ponerse a mi lado y preguntarme qué ocurre, pero sus palabras me llegan como si estuviesen a miles de kilómetros.
Ambas somos conscientes de lo que está pasando al otro lado de la pared cuando las súplicas de la anciana son lo único que se oye.
Mi madre me agarra la mano con fuerza e intenta alejarme, pero no puedo moverme.
-¿Cómo puedes permitirlo?- pregunto en un sollozo.
Ella cierra los ojos por unos segundos y suspira.
-Sabes que yo no dirijo nada. Que todo y a todos los dirige tu padre.
-Si no evitas que ocurra eres tan cruel como él- digo antes de empezar a caminar para salir de allí, pero de nuevo mi madre me agarra, está vez del brazo, para impedirlo. Le miro por unos segundos y me suelto con brusquedad, andando lo más deprisa que puedo hasta encerrarme en mi habitación.

Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora