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El mercado se encuentra repleto de gente pero todos se hacen a un lado para permitirnos avanzar y, mientras a Alan no parece molestarle, a mí sí lo hace.
Llegamos al puesto de joyería y busco algún collar que sé que pueda gustarle a Rose, pero la mirada constante de Alan sobre mí me incomoda y no soy capaz de concentrarme en las joyas.
Cierro los ojos por unos segundos y respiro hondo antes de girarme para mirarle.
—Si no es capaz de elegir ahora un collar puede venir luego— dice demasiado cerca de mí— Pero tengo prisa, Alteza.
Bufo y me aparto un paso de él.
—Puedes irte y dejarme hacerlo sola, no te necesito para nada— contesto con la vista fija en la mesa.
Le escucho reír y toma mi brazo.
—No voy a dejarla para que se vaya con su campesino.
Ruedo los ojos y le vuelvo a mirar.
—Lo que haga con mi vida no es asunto suyo.
Arquea una ceja y me agarra por la cintura.
—Sí lo es si afecta a nuestro enlace.
Le miro por unos segundos y me suelto de él sin apartar mis ojos de los suyos.
—Váyase— le ordeno con enfado— Mi padre seguro precisa de su atención y allí será más útil.
Vuelve a reír y a acercarse a mí.
—Se lo repito, Alteza, no voy a dejarla para que se vaya con su amante.
Empiezo a cabrearme por ese pensamiento y decido marcharme antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.
—Pensaba que habíamos venido a por un collar— dice una vez me ha alcanzado entre la gente.
Aprieto el paso y no me detengo hasta que agarra de nuevo mi brazo.
—¡Yo pensaba que Usted no era tan estúpido!— alzo la voz y las personas de nuestro alrededor se giran a mirarnos.
Alan me mira con una sonrisa tranquila y suelta un leve suspiro.
—De acuerdo, Alteza, volveremos al Castillo si así lo quiere.
—Gracias— contesto antes de volver la vista al frente y seguir avanzando.
La vuelta es mucho más incómoda que la ida y lo único que quiero es encerrarme en mi habitación y perderle de vista lo que queda de día.
Pero eso no ocurre ya que, a mitad de camino, el carruaje se detiene en seco.
—¿Qué ha pasado?— pregunta Alan una vez nos hemos incorporado por el golpe.
—Hemos perdido una rueda, Altezas.
Escucho al chico maldecir por lo bajo y sale al exterior.
Me ofrece la mano para que pueda salir pero la rechazo y me apaño por mi cuenta.
Le observo rodar los ojos y volverse hacia uno de los guardias que nos acompañan.
El hombre se encoge de hombros y dirige la vista hacia mí.
— Si quiere pueden llevarse los caballos y decirle a algunos de los empleados del Castillo que vuelvan a por nosotros.
Alan parece pensarlo pero niega con la cabeza.
—No, esperaremos hasta que la rueda éste arreglada.
—Pensaba que no tenía tiempo que perder, Alteza— le digo con burla.
Borro la sonrisa de mi rostro cuando me dirige una mirada fría.
—No pienso montar en animales que...
Un gruñido cerca de donde estamos le hace callar de golpe y se coloca delante de mí como protección.
—Que raro— dice uno de los guardias— No suele haber lobos en ésta parte del Reino.
El animal se acerca a él y éste sube con rapidez al techo del carruaje, lo que me hace soltar, aunque disimulada, una carcajada.
Alan se acerca al lobo para intentar espantarlo pero se abalanza contra él y le tira al suelo.
Me acerco rápido a ayudarle pero ni siquiera ha recibido un rasguño antes de que le deje libre.
Le ofrezco mi mano pero la rechaza y se levanta por su cuenta. Punto para ambos.
Una vez que el peligro ha pasado, el cochero y uno de los guardias vuelven a centrarse en el carruaje.
—Está bien, Altezas— dice uno de ellos un largo rato después— Ya podemos regresar.
Subimos y apoyo la cabeza contra la ventana para ver el paisaje avanzar con nosotros.
—¿Por qué el lobo no te hizo nada?— pregunto al Príncipe tras unos minutos.
Éste me mira y se encoge de hombros.
—Quizás le he caído bien— bromea e imita mi postura.
Su silencio me hace saber que no va a dar más explicaciones y, aunque no estoy conforme, me centro de nuevo en el exterior.



Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora