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Llevo casi una hora en el despacho de mi padre aguantando el mismo sermón de siempre.
Mi madre también se encuentra aquí, sentada en una esquina y tan solo escuchando, igual que yo.
-¡¿Por qué solo puedo hacer ésto?!- pregunto señalando con mi brazo a mi alrededor- ¿Por qué no podemos Rose y yo tener días en los que solo nos dediquemos a jugar y no a estar siempre encerradas en un aula?
-No eres la más indicada para proponerme eso- dice acercándose a mí.
-¿Solo porque he decidido emplear mi tiempo en mejorar la vida de nuestro pueblo? Pero dime, ¿de qué va servir que lo haga si toda esa gente nos odia y es todo por tu culpa?
Golpea con fuerza mi mejilla y observo a mi madre levantarse asustada.
Me tomo unos segundos para recomponerme y le vuelvo a mirar con el mismo odio que él me tiene a mí.
-Por tu culpa la gente no confía en mí y es muy probable que sigan sin hacerlo una vez haya tomado tu lugar. ¿Así que de qué sirve seguir gobernando un reino que no confía en sus Reyes?
-Emily, qué intentas decir- escucho preguntar a mi madre.
La miro por unos segundos y luego de nuevo a mi padre.
-Si no estás dispuesto a cambiar tu forma de gobernar a tu gente, es mejor que los dejemos solos. Al menos así no seríamos responsables de su sufrimiento.
La habitación se sume en un silencio, por lo que me despido de ambos con una pequeña reverencia y salgo de allí.
Camino por los pasillos hacia mi habitación y me encierro en ella.
Seguramente mi padre me castigue de por vida por lo que acabo de hacer, pero no me importa porque sé que ha sido lo correcto.
Permanezco sumida en mis pensamientos el resto de la mañana y parte de la tarde, tan solo siendo interrumpidos por el ruido de mi puerta.
—Marchate, seas quien seas— exclamo volviendo la vista hacia la ventana.
—Emily, por favor, déjame entrar— escucho la voz de mi hermana al otro lado.
Suelto un suspiro pesado antes de levantarme para abrir y dejarla pasar.
La pequeña se sienta en mi cama y espera a que haga lo mismo, pero me dirijo de nuevo al asiento de alféizar.
Permanecemos en silencio por varios minutos hasta que Rose se levanta y se acerca a mí.
—¿Qué ha pasado?— pregunta sentándose frente a mí.
La miro unos segundos y de nuevo me centro en el exterior, sin ganas de dar explicaciones.
—Princesa Emily, tiene una visita.
Escucho la voz de una doncella, y la mirada que le dirijo debe de ser horrible, porque la chica se encoge por unos instantes antes de hablar de nuevo.
—El Príncipe Alan se encuentra aquí. Dice que ha de tratar un asunto urgente con Usted y su padre— explica.
Evito soltar un chillido y golpear con fuerza las almohadas, no quiero asustar a mi hermana más de lo que ya debe estar por la actitud de su familia, así que me levanto y finjo una sonrisa antes de seguir a la joven hasta la sala de recepción.
Rose se encuentra conmigo y agarro con fuerza su mano cuando los ojos de Alan se encuentran con los míos y éste esboza una amplia sonrisa.
Se acerca a nosotras y nos saluda con una reverencia, la cual le devolvemos.
—Si vienes por nuestro trato, creo que no has elegido el mejor día para ello.
El joven parece confuso ante mis palabras.
—En realidad...
—Principe Alan— escucho la voz de mi padre a unos metros de nosotras.
A diferencia de ésta mañana, ahora se encuentra feliz o, al menos, no tan disgustado.
—Me alegro de que haya podido venir tan pronto— le dice pero sin apartar la vista de mí— ¿Le parece si pasamos a mi despacho y empezamos a organizar los detalles de la boda?
El chico me mira con culpa antes de asentir y que ambos avancen hacia dicha habitación.


Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora