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Bajo del carruaje y me abrigo con la capa antes de avanzar por las calles.
La presencia de los cuatro guardias caminando a unos metros de mí, dos cubriendo el frente y dos la espalda, me agobia; pero sé que es la única forma de que mi madre me deje cumplir con la única cosa que puedo hacer fuera de Palacio.
-Quedaos aquí- les digo cuando veo a unos niños sentados contra una pared y con aspecto de no haber comido en días o, incluso, en semanas.
Me acerco a ellos despacio y, antes de que puedan verme, introduzco una mano en la cesta que llevo conmigo y saco un par de bollos recién hechos.
Al oler la comida, dos de ellos levantan la cabeza y hacemos contacto visual; puedo ver cómo sus ojitos brillan y comprobar que tendrán más o menos la edad de mi hermana.
-Es para vosotros- digo una vez he llegado a su lado, extendiendo mi brazo hacia los pequeños.
Ambos los cogen con rapidez y sonríen al sentir algo caliente en su cuerpo.
-Podeís comer- digo observando que ninguno prueba el dulce.
Sus sonrisas vuelven a aparecer y en pocos segundos sus manos y bocas están cubiertas de migas.
Extiendo la cesta hacia los otros tres niños que los acompañan.
-También hay para vosotros- sonrío acercándome un poco a ellos, pero el que parece el mayor de todos agarra a los otros dos y retroceden.
Frunzo el ceño al no comprender el por qué de su acción.
-No debemos hablar con Usted- dice el mayor sin apenas mirarme a los ojos.
-¿Por qué? ¿Quién os lo ha dicho?- intento saber más, pero el niño mira por encima de mi hombro y pasa corriendo por mi lado dejándome con la duda. Los otros dos le siguen y, segundos después, lo hacen los más pequeños.
Recojo la cesta del suelo en busca de más personas a las que poder ayudar, aunque solo sea por un día.

Tras varias horas recorriendo el pueblo, con un sentimiento agridulce debido a que alguna gente no ha aceptado mi comida, decido volver a casa.
Cuando estoy a pocos metros de la carroza, una tienda ambulante llama mi atención.
Me acerco a ella y en segundos quedo maravillada por las tantas joyas preciosas que se encuentran expuestas entre las dos mesas que hay.
-¿Ve algo que le guste, joven?- escucho la voz de una anciana acercarse a mí.
Al levantar la cabeza para mirarla, ésta se sorprende.
-Perdone, Alteza, no me había fijado en que erais vos- dice haciendo una pequeña reverencia y agachando la cabeza, posiblemente avergonzada.
Sonrío y le quitó importancia con un gesto de la mano.
-No importa- suspiro- Si le soy sincera, me había alegrado de que al menos una persona no supiese quién soy.
-Debe de ser duro no pasar desapercibida cuando es lo único que quiere.
Esbozo una sonrisa tímida y poso de nuevo la vista en los collares de la última fila hasta que uno en especial llama mi atención.
-Me llevaré éste- digo cogiéndolo y mostrándoselo a la señora.
Ésta sonríe y rodea la mesa para acercarse a mí.
Al instante siento algo afilado clavarse en mi abdomen.
Escucho la voz de los guardias gritar mi nombre y como uno de ellos me sostiene antes de que caiga al suelo.

Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora