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La cuchara cae de golpe sobre mi plato al escuchar el cambio de planes sobre la boda.
El baile se ha adelantado a solo dos días y la ceremonia, la semana que viene. Y no estoy lista para ninguno de ellos.
Termino de comer ignorando el temblor de mis manos y salgo lo más rápido que puedo de allí.
Camino hasta mi habitación para coger mi capa y salgo directa a la zona de los carruajes para que alguno me lleve hasta el pueblo.
Necesito ver a Oliver con urgencia y, aunque la voz de mi cabeza no deja de decirme que lo estoy usando, no le hago caso.
Cuando apenas quedan unos metros para llegar, empiezo a marearme y sentirme cansada.
Uno de los guardias me mira con preocupación pero no soy capaz de emitir sonido alguno.
—Alteza, creo que deberíamos regresar. Me parece que ha enfermado.
Niego con la cabeza sintiendo un horrible dolor al moverme y comienzo a sollozar.
—Da la vuelta— le escucho ordenar al cochero.
—Tranquila, Princesa, en cuanto regresemos llamaremos al médico de inmediato— me promete poniendo una manta sobre mi cuerpo, el cual no deja de temblar.

—La Princesa debe guardar cama dos semanas— escucho, aún con los ojos cerrados, la voz del doctor.
—¿No hay forma de que se recupere antes?— pregunta mi padre.
—Anthony, por favor, piensa en tu hija y no solo en tu conveniencia— le replica mi madre. Buena esa, mamá.
—Majestades, la Princesa tiene un inicio de gripe y, si no guarda el reposo suficiente, podría agravarse.
Mi padre suspira.
—Está bien, dejémosla descansar por ahora.
Las tres personas salen de mi habitación y abro los ojos despacio, pero el dolor de cabeza aumenta con la luz de la estancia y los vuelvo a cerrar con fuerza; tratando de relajarme.
Por la noche, una de las doncellas me ayuda a incorporarme mientras otra espera para dejar la bandeja con mi cena sobre mí.
Como en silencio bajo su atenta mirada y permanecen inmóviles hasta que les hago una seña de que la pueden retirar.
—Que descanse, Alteza— dice la misma que me ayuda de nuevo a tumbarme y luego ambas salen de la habitación para dejarme seguir durmiendo.

Los rayos del sol se cuelan por la ventana obligándome a despertar y, al hacerlo, la figura de mi padre frente a mí me sorprende.
Ahogo un pequeño grito de la impresión e intento moverme para alejarme de él, pero parece que el cuerpo me pesa una tonelada y desisto en mi acción.
—No sé cómo lo has hecho, Emily— dice acercándose y agarrando mi barbilla con demasiada fuerza— Pero en cuanto te recuperes el Príncipe y tú os casareís de inmediato. ¿Me has entendido?
No puedo decir nada pero las lágrimas que brotan de mis ojos parecen ser respuesta suficiente.
Me suelta con la misma brusquedad y empieza a caminar hacia el pasillo, pero antes de abrir la puerta, se gira para mirarme se nuevo.
—Oh, y una cosa más— sonríe y un escalofrío me recorre la espalda— He ordenado tanto a los guardias como a los cocheros que no te permitan salir del castillo a menos que sea estrictamente necesario.
Cierra de un portazo y la cabeza me retumba.
Dejo que las lágrimas se deslicen por mis mejillas y lloro en silencio sabiendo quién es el verdadero responsable de esa idea.

Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora