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Me incorporo nada más despertarme pero el inmenso dolor de cabeza me obliga a recostarme de nuevo.
Las imágenes de mi padre con el libro y mi collar no dejan de aparecer por mi cabeza y también lo hace la idea de que debo recuperar ambas cosas.
Una de las doncellas entra a mi cuarto con una bandeja donde reposa mi desayuno.
Dejo que me ayude a acomodarme y espero a que coloque el frío metal sobre la sábana.
—Gracias— digo antes de coger un trozo de fruta.
La chica hace una reverencia y se queda a un lado de la habitación a esperar a que termine.
Como en silencio absoluto y, cuando ésta se acerca para retirar la bandeja, mi padre aparece sin siquiera llamar a la puerta.
Al verle, la chica se apresura a recoger y sale a prisa de la habitación.
Le observo acercase a mi cama y respiro profundo. Sé qué viene a decirme y me gustaría no tener que pasar por ello.
Aún sin decir palabra, se sienta a unos metros de mí y, sorprendentemente, agarra una de mis manos y la estrecha con suavidad.
—Me alegra ver que estás mejor— dice con una pequeña sonrisa.
No me contengo en expresar mi confusión ante sus palabras amables. Palabras amables hacia mí.
—¿Qué pasa?— pregunto de forma seca.
Éste desvía la mirada unos segundos y suspira.
—Tenias razón— dice volviendo a mirarme y yo arqueo una ceja— Fui yo quien te encontró aquella noche en la biblioteca y quién cogió tu colgante— rebusca en un bolsillo de su chaqueta y verlo me hace sonreir— Espero que puedas perdonarme por llevarlo de esa manera— dice poniéndolo en la palma de mi mano.
Miro la piedra por unos segundos y siento algunas lágrimas recorrer mis mejillas.
—¿Por qué lo hiciste?— pregunto entre un sollozo y un hilo de voz, con la vista clavada en sus ojos.
—Disculpe, Majestad— ambos giramos la cabeza hacia la voz de uno de los mayordomos que se encuentra en la puerta— Debe tratar con urgencia un asunto con uno de nuestros reinos vecinos.
Mi padre se levanta suspirando y, antes de marcharse, me da un ligero beso en la frente.
Todavía más confundida que antes, engancho de nuevo la cadena de mi colgante alrededor de mi cuello y, sintiéndome mucho mejor físicamente, me levanto para hacer alguna que otra tarea.
Mi primer paso es ir a la cocina para preparar algo de comer y llevarlo al pueblo; que muchos de los aldeanos rechazasen los trabajos no significa que lo hagan con la comida, ya que seguramente sea una de las pocas cosas que puedan llevarse a la boca en todo el día.
Casi dos horas después, pido a algunas doncellas que me ayuden a llenar las cestas y llevarlas hasta el carruaje.
—Tenga cuidado, Alteza— me dice una de ellas una vez me he sentado y cerrado la puerta.
Asiento con la cabeza y le doy una sonrisa como respuesta antes de decirle al cochero que podemos partir.


Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora