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Vuelvo a mis lecciones de nuevo a pesar de que tendría que estar junto a mis padres y el Príncipe ultimando los detalles de mañana.
Rose no me mira en toda la hora que dura la clase, cosa extraña ya que suelo recibir alguna de sus miradas por muy rápidas que sean, siempre acompañadas por alguna mueca de aburrimiento que me hacen reír con disimulo.
Aunque no puedo culparla, ya que ninguna hemos hablado sobre lo que pasó hace cuatro noches. Por eso, cuando salimos al pasillo para cada una volver a su habitación a espera de ir a cenar, me adelanto a sus pasos y me pongo frente a ella.
Permanezco en silencio esperando su reacción, pero solo baja la vista y se encoje sobre sí misma; igual que la última vez.
Me agacho para quedar a su altura y la obligo a mirarme.
—Escucha, sé que el otro día me alteré un poco y siento que te asustaras por eso—suspiro— Lo siento, de verdad, pero... Es solo que...
No sé cómo seguir la frase y me dejo caer por completo al suelo, imitando su gesto.
Al segundo siento su mano en mi hombro y ahora es ella quien me obliga a mirarla.
Sonríe y me abraza con fuerza sin decir nada.
—Creo que todo ésto puede conmigo— digo contra su hombro— Y a tí te tocó la peor parte. Lo siento.
La escucho reír y se separa para mirarme.
—Yo también lo siento— dice encogiéndose un poco de hombros— Sabes que puedo ser muy pesada cuando le doy vueltas a un tema y nunca sé cuándo parar.
Suelto una carcajada y le doy un beso rápido en la mejilla.
—Al menos lo admites— digo para picarla.
Me da un golpe suave en el brazo y vuelve a reír, ambas los hacemos.
—¿Prometes nunca más estallar conmigo?— pregunta alzando su mano y estirando su meñique.
Enarco una ceja y la imito.
—¿Y tú prometes no ser tan pesada preguntando?
La pequeña asiente y unimos nuestros meñiques en forma de promesa.

Caminamos juntas hasta el comedor y, por primera vez, Rose se sienta a mi lado.
—Rose, vuelve a tu sitio— escucho decir a mi padre y cierro los ojos.
—Ese es su sitio hoy, la he dado permiso para cambiarse— digo sin mirarle.
—¿Permiso?— dice riendo— ¿Tengo que recordarte que no eres quién para dar órdenes?
—¿Y yo tengo que recordarte que no se trata de una empleada, si no de mi hermana y de tu hija?— le contesto con enfado.
Observo que la pequeña se levanta para colocarse frente a mí pero la detengo agarrando su mano.
—Emily, sabes bien que el protocolo dicta...
—¡Estoy harta del protocolo!— grito levantándome tan bruscamente que mi silla cae hacia atrás— ¡Estoy harta de él y de sus estúpidas normas! ¡Y estoy harta de tí, de éste Castillo y de éste Reino!
No espero que nadie hable antes de salir con las lágrimas corriendo por mis mejillas.
Me encierro en mi habitación y me tiro en mi cama de cualquier manera.
El colgante se clava en mí pecho y me incorporo para tomarlo entre mis manos y abrazarlo contra mí.

Despierto sudando y sintiendo náuseas. Mi cuerpo parece haberse paralizado de nuevo y lo único que puedo hacer es abrir los ojos, encontrándome al doctor frente a mí.
—Buenos días, Alteza— dice mientras posa una mano en mi frente para comprobar mi temperatura.
Observo a mi alrededor y veo a mis padres a unos metros de la cama; mi madre me mira preocupada y mi padre, furioso.
El doctor se incorpora para acercarse a ellos y yo no pierdo detalle de su conversación.
—La Princesa ha recaído en su enfermedad y me temo que ha empeorado respecto a la última vez.
—¿Cuánto tiempo ha de guardar reposo?— pregunta mi padre, aunque sé que su intención es saber cuándo podrá organizarse la boda.
El doctor me mira por unos segundos y luego vuelve la vista a ellos.
—Deberá permanecer en cama un mínimo de dos semanas— informa mientras coge su maletín dispuesto a marcharse— Con su permiso, Alteza— se inclina ante mí y mis padres le acompañan hasta la puerta.
Le despiden y mi madre se acerca de nuevo para darme un beso en la frente y mirarme con cariño, pero no puedo dejar de desviar la vista hacia mi padre y observar lo mucho que me odia ahora mismo.

Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora