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No tardó más de diez minutos en preparar el discurso para la celebración que será dentro de una semana.
Guardo la hoja en el cajón del escritorio y me dirijo al asiento de alféizar que hay junto a la ventana. Sonrío al ver a mi hermana pequeña jugar en el jardín, pero mi tranquilidad se ve interrumpida cuando alguien llama a la puerta.
-Alteza, su padre desea que vaya a verle a su despacho.
Reprimo un suspiro de pesadez y me incorporo para ir al lugar indicado.
Entro sin llamar y su figura, sentada en la silla detrás de su escritorio y con la vista puesta en unos papeles, parece reflejar a un Rey bondadoso con sus súbditos cuando la realidad es completamente diferente.
-¿Me has mandado llamar?- pregunto tras unos segundos en los que ni siquiera advierte mi presencia.
Alza la cabeza y, al clavar sus ojos en mí, un pequeño escalofrío me recorre la espalda.
-Quiero que tengas muy claro quién manda aquí. Y que cuando yo doy una orden, se cumple sin dar lugar a otras formas de ejecutarla.
Intento esbozar una pequeña sonrisa y no hacer caso de los nervios que empiezo a sentir.
-Veo que mamá ha hablado contigo sobre lo de hace un rato, y que tanto ella como yo sabemos qué es lo mejor para todos.
Mi padre me lanza una sonrisa de suficiencia.
-Creo que no me has escuchado- dice poniéndose en pie para hacerse notar- Yo soy quien da las órdenes, quien gobierna y quien decide lo que es mejor y lo que no. Tú ni siquiera deberías estar al corriente de lo que sucede con la servidumbre.
-Ya no tengo siete años, papá. Hace tiempo que he empezado a darme cuenta de muchas cosas que sé que no están bien.
Nos sostenemos la mirada pero ninguno añade nada más, por lo que hago una pequeña reverencia antes de abandonar la sala.
Mientras camino por los pasillos de vuelta a mí habitación, escucho unos pasos correr en mi dirección y una sonrisa involuntaria se forma en mi boca. Bajo la vista para encontrar unos pequeños brazos que me rodean desde atrás.
Me giro y me agacho para quedar cara a cara y mi hermana me sonríe.
—¿Crees que podemos hacer algo juntas hasta que sea la hora de mi siguiente clase?— pregunta con esa vocecita dulce que tanto adoro.
Tras pensarlo unos segundos, la agarro de las manos.
—Me gustaría, pero quiero aprovechar que tengo tiempo libre para ocuparme de una tarea importante.
La pequeña hace un puchero y veo como sus ojitos se humedecen.
—Rose, no. No llores— digo pasando mi pulgar por uno de sus ojos para quitar la lágrima que empezaba a asomarse— Sabes que me encanta estar contigo y sé que debemos usar el mayor tiempo posible para ello ya que siempre estamos ocupadas— respiro hondo, cerrando los ojos y recordando la última vez que tuvimos un momento de hermanas; Rose acababa de cumplir 4 y yo tenía 12— Pero lo que tengo que hacer es algo que llevo dejando de lado bastante tiempo— me levanto y me coloco a su lado para empezar a caminar— Te prometo que intentaré tardar lo menos posible y que en cuanto vuelva te buscaré y podremos estar juntas, ¿vale?
La pequeña vuelve a sonreír dando saltitos en el sitio antes de salir corriendo para no llegar tarde a su siguiente lección, pero cuando solo lleva un par de metros, retrocede y vuelve a mí para abrazarme y darme un beso en la mejilla.
Cuando la veo desaparecer por uno de los muchos pasillos, sonrió de nuevo antes de empezar con mi objetivo del día.

Once upon a Princess (Reales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora