ᴄᴀᴛᴏʀᴄᴇ

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Diana miró el reloj de la pared. Habían pasado dos días sin ningún rastro de Malfoy. Ella se preguntó por qué desapareció, pero evidentemente se había ido para hacer las ejecuciones del mes a los prisioneros que no eran útiles en Rumania.

Pero él siguió enviando libros. Envió uno nuevo, sobre la Doncella de Orleans. Y ella lo devoró rápidamente. Por el único motivo que se detuvo fue para ver si él había vuelto.

Pensó en él todos los días.

Frunciendo el ceño con confusión, mordiéndose el labio inferior y suspirando. Preguntándose por qué pensaba tanto en él.

El odio y la furia de Malfoy eran tan fríos. Dagas de hielo, O tal vez espadas de fuego en sus ojos mientras lanzaba la maldición asesina sin hacer una mueca. Su autocontrol era tan fuerte como sus paredes de oclumancia. Impenetrables. Nadie nunca podría leer lo que sucedía dentro de la cabeza de Malfoy.

Diana hizo una pausa, mirando desconcertadamente a las astromelias.

Habían fragmentos de él que eran incomprensibles. La forma en que la miraba. Su expresión cuando le ordenaban sujetarle los brazos hasta que crujieran. Fue como si odiara estar ahí. Odiaba verla. Pero a la vez, él seguía preocupándose por ella. Siempre iba por ella. Cada vez que trato de matarse. Cada vez que la soledad le estaba comiendo la cabeza. Siempre estuvo allí.

Su talento en la magia egipcia. Su capacidad para curación griega. El hecho de que irónicamente él "la conocía"

Hubo un cosquilleo en su estómago y en su pecho cuando racionalizó que él podría escuchar todo lo que ella pensaba.

Se preguntó si las heridas le dolían. Si se habían abierto o se habían contaminado.

Revaluó su sesión de embriaguez, una y otra vez, recordando cada detalle hasta que se sintió un poco enojada. Y ni si quiera sabía el porqué.

Sus ojos. Todo el tiempo estuvo recordándolos. La intensidad posesiva y rota con que la miraba.

Cuando volvió de la sesión de alteración mágica, sus dedos casi se habían podrido, vomitó un tercio de su volumen sanguíneo y todo eso lo regeneraron con pociones de rápida acción, como si tomar el tiempo para curarla debidamente era algo innecesario.

Mientras la ataban y atacaban su firma mágica, ella pensó en él.

Inevitablemente, como una infección. Estaba infectada de él.

Se arrastró a su cama y se quedó allí mientras una sensación de desolación se apoderaba de ella. Lentamente.

Tal vez estaba desarrollando un síndrome de Estocolmo.

Ella suspiró contra el frío cristal de la ventana, dejando una mancha de aliento. Sus ojos se abrieron de golpe, estudiándose a si mismos en el reflejo de la ventana.

No. Era imposible. Lo era. Definitivamente.

Hubo una nueva angustia mental floreciendo en su cabeza.

Era una reacción de su cansancio de estar sola. Ella se tapó la boca con las manos mientras luchaba contra el llanto.

Sus recuerdos eran una grieta solitaria y sangrante. Tenía amigos pero no eran lo suficientemente cercanos. Diana podía verlo, la forma en que se habían distanciado por las presiones. Desde que Harry Potter comenzó a tener alucinaciones y convulsiones por su conexión con el señor tenebroso, el mundo se fragmentó un poco más.

Toda su vida había sido un abismo de soledad.

Incluso su niñez, quedándose sola en casa mientras su madre le negaba salir sin ella. Ni si quiera fue a una escuela. No tenía amigos ni familiares. Una vecina le enseñó a leer y escribir para poder sobrevivir con lo básico. Pero, siguió estando sola. Luego, al estudian en Hogwarts, con la venenosa esperanza de estar en la casa del chico de ojos verdes que le había explicado el mundo mágico y la decepción que la apuñalo cuando quedó en la casa de las serpientes.

Éternel; Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora