ᴛʀᴇɪɴᴛᴀ ʏ ꜱɪᴇᴛᴇ

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FLASHBACK NUEVE

En la penumbra de la noche, Diana se entregó a Malfoy, algo clandestino que ardía con la intensidad de lo prohibido. Luna, su aliada en cuidar de las criaturas mágicas, le quitó peso de encima, liberándola momentáneamente de otros deberes apremiantes.

A menos que el llamado de Snape o Harry resonara, ella era suya por completo.

Sospechaba que él ya lo sabía.

Draco era su dueño.

Era una maestra en las artes oscuras y una sanadora excepcional. Había sacrificado su libertad de explorar encantamientos y desvelar los secretos del mundo mágico para unirse activamente a la Orden.

Sin embargo, lo que la Orden más demandaba de ella era su habilidad para extinguir vidas.

No era que cada día empuñara la muerte. De hecho, Harry se oponía vehementemente. Eran Alastor y Severus quienes le encomendaban estos actos, siempre con una razón justificada.

A veces, la furia la consumía. Se enfurecía consigo misma por haberse ganado la fama de asesina, sabiendo que eventualmente su alma sería presa de la oscuridad.

No existía un bálsamo que pudiera aliviar la pesada carga de sombras. O una esponja que absorba su oscuridad. Tarde o temprano, esa oscuridad devoraría su vida.

Y ahora, su furia se dirigía hacia Draco. Él había demandado su presencia, llevando su relación a un terreno impersonal, convirtiendo los besos en un eco distante de lo que alguna vez fue.

Después de su partida, ella quedó en pedazos, fragmentada y vulnerable. Quizás él se había marchado con jóvenes de atractivos encantos, caderas hermosas y pechos levantados, mientras ella navegaba un mar de tormenta emocional.

Draco Malfoy se había infiltrado en su mundo, convirtiéndose en un pilar vital. Y ahora, con su ausencia, ella se sentía desgarrada.

Pero era ella quien pagaba el precio.

Hubo momentos en los que se hundía tan profundamente en la esencia de Malfoy, para luego resentirse con la misma intensidad que él, que su corazón latía con una furia tal que amenazaba con estallar en un mar de cenizas.

Avanzó un paso y, con un giro de su varita, selló la puerta, como si así pudiera sellar también su corazón herido.

—¿Como escapaste del hombre lobo?

Su voz se desliza como una acusación.

Ella abrió los ojos con sorpresa. No recordaba haberle dicho sobre el hombre lobo.

Aunque todo era tan confuso. Se dio la libertad de sentirse fuera de lugar.

—Con una daga que, generalmente Hermione y yo usamos para cosechar.— dijo tratando de no mirarlo a los espantosos e hipnotizantes ojos grises que decoraban su rostro afilado.

Bajo el yugo del destino, murmuró para sí, "Debemos volverlo impersonal". Sus ojos lo evadieron, un dolor sutil pero implacable se apoderó de su alma al contemplarlo.

—¿Acaso las dagas también reconocen tu presencia?¿Estas familiarizada con ellas?—inquirió en un susurro cargado de una sombría diversión.

Éternel; Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora