Capitulo 2

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Kenzo

Dos semanas en el pueblo de Fixon y cada día resultaba ser peor que el anterior. Todo era insufriblemente repetitivo. Me despertaba en el diminuto cuarto que me habían asignado, me aseaba y vestía con la ropa que se me había otorgado y vagaba por las calles de ese condenado pueblo mientras el resto de habitantes acudían a la iglesia dos veces al día. En el tiempo en el que el pueblo parecía vacío me encargué de recorrer cada dichoso rincón en busca de algo que me permitiera salir de allí y volver al condenado infierno. 

<<Que irónico ¿verdad? >>

Cuando estaba allí, me escapaba de las clases que tenía con Mammón, exploraba cada rincón de la corte cuando los demonios mas importantes; entre ellos mi padre, no estaban presentes.

Pero no todo era malo.  Durante mi corta estancia allí, había descubierto al menos una cosa: 

En aquel diminuto pueblo, no había alcalde. Su máxima autoridad era el sacerdote Marcos, el mismo que predicaba en la iglesia la primera vez que llegué. Los recuentos de alimentos y la repartición de estos eran supervisados por el mismo. Tenían normas estúpidas y toques de queda entre otras cosas. Todo era jodidamente extraño. Técnicamente no pasaba nada en ese jodido pueblo sin que él lo supiera.

Por otro lado estaba la tal Jane, la sobrina de la  mujer que me había dado a conocer el albergue; Ophelia.

Podría contar con una mano las veces que había coincidido con ella. Casi siempre la veía salir de a Iglesia acompañada de su tía y otra chica con el cabello oscuro. También solía pasar mucho por el albergue e interactuaba con todo ser que se le cruzara por delante, siempre con una amable sonrisa en el rostro y hablando con voz dulce. Todo lo contrario a cuando sus ojos se cruzaban con los míos.

Las facciones de su rostro cambiaban drásticamente; su ceño se fruncía y hacía muecas con su boca dejándome ver muy en claro que no era de su agrado. Siempre mantenía la mirada fija en mí, todavía no sabía muy bien si trataba de intimidarme o más bien quería descifrar algo. 

No tenía la cabeza como para ponerme a investigar cual de mis dos hipótesis era la acertada, ella ni si quiera formaba parte en la lista de problemas que tenía, pero mantendría los ojos abiertos.

Hasta este momento no me vi en la obligación de hablar con nadie más salvo con los dueños del albergue; Camillo y Teresa Lombardi. Dos ancianos con la tutela de un nito desde hacia varios años. 

El matrimonio se había encargado de hacerme sentir como en casa. Horarios, tareas y algunos servicios comunitario con los que podía ayudar a cambio de permanecer en aquel lugar. 

Ni si quiera había visto al Sacerdote de cerca, solo recordaba su cabello canoso y aquella voz rasposa con la que juraba encaminar a todos los presentes en la Iglesia hacia el divino camino que su creador había creado para ellos.

Pero parecía ser que la suerte me había abandonado desde el mismísimo momento en el que mis pies habían tocado el mundo terrenal.

***

Froté mis ojos mientras subía las escaleras para dar con la recepción de aquella oficina. Sillones marrones decoraban la pequeña estancia; en las paredes se podían leer predicaciones de Santos, cuadros religiosos, una gran estantería con fotos del pueblo y  sus años de paso y una vitrina con llave que contenía figuras dentro. 

Me acerqué a la vitrina y concentré toda mi atención a una pequeña figura nueva. No me hizo falta ni si quiera tocarla para saber el material con el que se había hecho. 

Oro.

La jodida estatua era de oro. Podría reconocer el oro, la plata, el bronce e incluso cualquier tipo de diamante en cualquier parte, después de todo no soy el pecado la Avaricia por nada. Mis manos picaban por meterla en mi bolsillo, por limpiarla y sacarle todavía más brillo del que ya tenía y guardarla en una gran caja junto al resto de mis tesoros. Pero no podía, no debía, al menos por el momento. Respiré hondo y calmando mis deseos primarios, toqué la puerta del despacho.

—Adelante joven Kenzo.—Ahora además de cura también resulto adivino el condenado viejo.

Entré y cerré tras de mi, el hombre estaba sentado en su silla claramente costosa , como todo en el interior del espacioso lugar, mientras sujetaba con sus manos una taza a lo que por el olor deduje que sería café, y uno muy amargo.

—¿Quería verme verdad?—pregunté cauteloso. 

Esta era la primera vez que interactuaba directamente con él y tenía que ser cuidadoso con lo que decía o todo se podía ir a la mismísima mierda.

—Así es—se levantó del asiento y apoyó la taza de café en el escritorio sobre un reposa vasos.—Por favor toma asiento Kenzo.

Me senté en la silla que estaba delante del escritorio y lo observé detenidamente esperando a lo que diría a continuación.

—Me he tomado la libertad de buscar tu nombre en los registros de pueblos y ciudades cercanas y no figuras en ninguna de esas listas.

Por todos los demonios del Infierno, esto ya no podía ir a peor.

—La hermana Ophelia me ha puesto un poco al tanto sobre ti. Ha dicho que se te había averiado el coche y que buscabas un lugar para pasar la noche. Pero... Nadie parece haber visto tu vehículo por ninguna parte muchacho. 

Este jodido cura me iba a buscar la ruina.

—¿Por qué tanto interés en saber sobre mi procedencia o el cómo llegué aquí? —Pregunté mientras me cruzaba de brazos.

—Verás Kenzo, no es la primera vez que un extranjero llega a Fixon en mitad de la noche ¿sabes?

—No entiendo a dónde quiere llegar con eso señor—fruncí el ceño. Este tipo en verdad quería buscarle las cosquillas al hijo del Diablo.

—Yo creo sí lo sabes,— se acercó a mi y apoyó ambas manos a los costados del reposabrazos donde estaba sentado—te lo diré de otra forma más clara.

Aclaró su garganta y me miró seriamente.

—¿Qué has venido a hacer aquí ? Porque tú no pareces ser un hijo de Dios.

Podía jurar que si tuviera alma se me habría ido de mi maldito cuerpo.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora