Capitulo 51

524 35 4
                                    

Jane Mitchell

Jugué con mis manos por debajo de la mesa. 

Papá, tía Ophelia y yo, después de habernos abrazado y llorado durante largos minutos sin decir nada, nos encontrábamos sentados en la cocina. Ambos se miraban entre ellos y luego me miraban a mí. 

—Jane—papá fue el primero en hablar.—¿Dónde has estado durante todo este tiempo? ¿Qué ha pasado?

No fui capaz de mirarle a la cara. Sus palabras, aun que sonaban dolidas, tenían una pizca de reproche. 

No le culpaba por ello, entendía completamente su posición. 

—Papá yo...—no pude continuar la frase. 

Las palabras se habían quedado atoradas en mi garganta. 

—Tú ¿qué? ¿Tienes idea de lo que hemos pasado en tu ausencia?—apretó con fuerza la taza que sostenía—Tu tía, yo y absolutamente todo el pueblo, nos hemos vuelto locos buscándote. Considero que no he sido un padre tan estricto como para obligarte a escaparte de casa. 

Mi respiración era errática, no me atrevía si quiera a contestarle. 

—Jane—esta vez habló tía Ophelia—¿Alguien te ha obligado a algo? 

La miré sin saber que decirle. ¿Que si alguien me había obligado? Había sido secuestrada y atormentada por un demonio, me había dejado engañar con un pacto, y los había puesto en peligro. Esa era la verdad y lo que quería decirles.

—¿Ha sido ese chico, Kenzo?, ¿Te ha obligado a algo?—fue la primera vez que miré a papá.

Negué rápidamente con la cabeza en cuanto escuché lo que dijo. 

—No fue él, Kenzo no tiene nada que ver.

—¡Entonces dinos qué es lo que ha pasado!—tanto tía Ophelia como yo dimos un brinco en cuanto papá dio un golpe en la mesa. 

—Papá por favor, solo confórmate con saber que estoy bien y que he vuelto.—Dije sorbiendo la nariz y tratando de regular mi nerviosa respiración. 

Soltó una risa forzada y se frotó la cara. 

—Que me conforme con que estás bien—murmuró—, ¿Tienes idea de lo que se me pasaba por la cabeza cada vez que abría la puerta de tu habitación y no estabas?—sus lágrimas bañaron su rostro, miré a tía Ophelia. 

Ella desvió la mirada y tapó su boca con la mano. 

—Contando con hoy, son diez días, ¡diez días que nadie ha sabido de ti!—Bajé la vista cerrando los ojos y temblé en mi lugar.—¡Y mírame cuando te estoy hablando!

—Louis—mi tía tocó su hombro. 

—Lo siento—fue lo único que conseguí decir.

—¡Con un lo siento no solucionas nada, por el Altísimo!—Se levantó de su asiento y con el movimiento brusco la silla cayó al suelo.—¡Ni si quiera Jezabel sabía dónde estabas!

Mis labios no dejaron de temblar. No sabía que decir ni como actuar dadas las circunstancias. 

No podía pedirle que me entendiera, ni exigirle que dejara de hacer preguntas. Estaba en todo su derecho de pedir explicaciones y que yo se las diera, pero en este caso, no podría cumplir con ello. 

Caminó hasta la alacena para coger un vaso y verter agua en él y beberla de un trago. 

—Esos días han sido un auténtico infierno.—Murmuró—Jane, no te haces ni una mínima idea de la preocupación que sentía por ti en ese momento, no sabía si estabas solo desaparecida, si se trataba de una estúpida forma de llamar la atención o si estabas muerta. Diez días...¡Diez condenados días!

Ophelia se levantó de su silla y fue a abrazar a mi padre en cuanto lo vio cubrir su rostro con sus manos y comenzó a llorar. Frotaba su espalda mientras ella le acompañaba en llanto. 

—Entiendo que os sintáis así y...—me interrumpió.

—¡No, no lo haces! ¡Si en verdad entendieras el infierno que pasamos sin saber de ti, no me pedirías que me conformara con saber que estás bien y que has vuelto, diez días después de no saber si seguías respirando si quiera!—Su rostro estaba completamente rojo de la ira.—¡Las cosas no funcionan así Emma!

—¡Louis!

Me quedé paralizada.

—Sal de aquí—dijo tía Ophelia refiriéndose a mi padre.—Louis,—volvió a hablar cuando vio que este me miraba arrepentido y apunto de decir algo más—sal de aquí ahora mismo. 

Mi padre no objetó nada más, salió de la cocina cabizbajo y escuché como subía las escaleras para después dar un portazo.

Miré a tía Ophelia aún procesando lo ocurrido.

—M-me ha llamado como a mamá.—Dije.

Caminó hasta mí y se agachó para después sujetarme las manos. Me hizo mirarla a los ojos. 

Sus orbes azules se veían cansados y con ojeras debajo de ellos, casi iguales a los de papá.

—Tu padre te adora con toda su alma Jane, el Todo Poderoso es testigo de ello—dio leves caricias en mis manos—. Todos lo hemos pasado mal con tu desaparición, pero él, como tu padre, se ha llevado la peor parte. 

—Lo sé, y lo siento tanto—levé mis manos a mi cara cubriéndola al completo.—Lo único en lo que podía pensar era en vosotros, en como estaríais y si llegaríais a odiarme por...

—Jamás te odiaríamos cariño—hacia mucho tiempo que no me llamaba por un apelativo cariñoso—, pero ahora, lo mejor para todos es que os toméis los dos un margen de tiempo.

Asentí sorbiendo la nariz.

—¿Por qué no vas a darte una ducha de agua caliente mientras yo voy preparándote algo de comer?—Dijo mientras trataba de darme una sonrisa.

Limpié las lágrimas de mis ojos con la sucia manga de mi camiseta. Antes de levantarme para ducharme, me abrazó y besó mi frente.

Salí de la cocina y subí por las escaleras. Paré en la puerta del cuarto de mi padre, acerqué mi oreja a la puerta y escuché como mi padre hipaba y murmuraba cosas. 

Mordí mi labio inferior y apreté los puños. Volví a sentir mis mejillas mojadas. Respiré hondo y me forcé por salir de allí y darme una ducha de agua caliente. 

Abrí la puerta de mi habitación y caminé hasta el armario para coger una de mis toallas y ropa limpia. En cuanto lo hice, salí de mi cuarto y caminé hasta el baño para luego cerrar la puerta con seguro. 

Abrí la llave del agua para dejar que el agua se fuera calentando. Mientras me despojaba de mi ropa, veía mi desnudo cuerpo a través de él. 

Estaba completamente sucia; mis brazos tenían pequeños rasguños y tenía las piernas con moretones. Mi cara tampoco se salvaba, el golpe que me había dado Behemoth todavía estaba allí, no me dolía, pero tenía un color no muy agradable.

Cerré la llave y me metí en la ducha. Corrí la cortina y me senté cubriendo todo mi cuerpo con el agua caliente. Con la esponja, froté todo mi cuerpo provocando que la suciedad y sangre seca ensuciaran el agua. Froté mi cabello y mejillas, brazos, piernas y rostro; pero aún así, seguía sintiéndome sucia. Comencé a hiperventilar y decidí sumergir toda mi cabeza bajo el agua. 

Al levantarla, no podía dejar de pensar en todas las malas decisiones que había cometido llevándome a donde estaba ahora. 

Comencé a llorar cubriendo mi boca para no hacer ruido. Mis lágrimas se mezclaban con el agua de mi rostro. 

Estaba enojada conmigo misma. 

Todo se había terminado, sí. Pero estaba segura de que nada volvería a ser como antes.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora