Capitulo 4

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Jane Mitchell

—Llegas tarde.

Di un respingo al escuchar su voz desde lo alto de las escaleras. Cerré la puerta con llave y me quité la chaqueta colocándola en el viejo perchero.

—Estaba en la plaza, me ha costado encontrarlo—dije mientras me acercaba ya al primer escalón sintiendo el sudor frío recorrer mi espalda—.

—Pero lo has hecho, ¿verdad?—Preguntó mientras su silueta se iba haciendo visible ante la oscuridad del pasillo a medida que me acercaba.

Asentí mientras agachaba la cabeza. Intenté pasar hacia mi cuarto pero me lo impidió agarrando mi brazo con brusquedad. Su tacto era áspero y caliente. Podía sentir como sus manos apretaban mi piel por encima del jersey que llevaba puesto.

—¿Recuerdas en lo que habíamos quedado cierto? Tú haces eso por mí, y yo te hago aquel pequeño favor.

Asentí de nuevo intentando guardar las lágrimas el mayor tiempo posible, solo quería llegar a mi cuarto cuanto antes y que se acabara aquel día.

Sonrió de forma siniestra mostrando satisfacción ante mi respuesta y soltó mi brazo, ahora sí, dejándome libre por fin. Retrocedió ocultándose de nuevo en la oscuridad, sus ojos eran lo único visible entre toda la lobreguez del pasillo. Poco a poco sus tétricos orbes desaparecían de mi campo de visión dejando como marca en el aire algo mezclado de olores espantosos. Entré a mi cuarto una vez ya me había asegurado de que no estaba ahí.

Respiré hondo tras cerrar la puerta y encendí unas velas blancas en las ventanas con olor a vainilla, aquel olor siempre conseguía relajarme. Ahogué un sollozo mientras agarraba mi cabeza con fuerza y cerraba los ojos.

<<¿Realmente todo lo que estaba haciendo valdría la pena?>>

Sacudí la cabeza disipando aquellos pensamientos. Sí, valdría la pena, estaba segura de que esa era la única manera de conseguir lo que quería saber

***

Un rayo de sol se había colado por la ventana dándome al completo en la cara. Gemí mientras me estiraba intentando que mis ojos se acostumbraran a la claridad. La noche anterior había olvidado bajar las persianas.

Me levanté de la cama y retiré la cera restante que las velas habían desprendido. Las cambié por unas nuevas y tiré las que ya estaban desgastadas. Hice mi cama como de costumbre y abrí la puerta de mi habitación para darme una breve ducha antes de ir a la iglesia. Caminé hasta el cuarto de mi tía, al ver que esta ya estaba abierta supuse que ya se encontraría allí. 

Después de ducharme, cambiarme y desayunar cogí una bufanda para tapar el cardenal de mi cuello y abrí la puerta.

—Buenos días—Me sobresalté al escucharlo y me giré abruptamente—¿Qué tal has dormido?

Intenté disimular mi incomodidad mostrándole indiferencia, así que cerré con llave y lo aparté a un lado para poder pasar.

—Veo que alguien se ha levantado con el pie izquierdo hoy, ¿qué tal llevas el...?

Llevó las manos a su cuello y se mofó. Sabía perfectamente a qué se refería.

Comencé a caminar y ignorando su presencia.

—Ahora ya sabes,—se adelantó y se puso enfrente di mi haciendo que frenase mi andar— qué eso es lo que suele pasar cuando alguien colma mi paciencia.

Nos desafiamos con la mirada unos segundos hasta que hablé.

—Tengo prisa, apártate de mi camino.—Me hice a un lado y reanudé la marcha.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora