Capitulo 26

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Jane Mitchell

—¡Jane!

Me envolví aún más bajo las mantas como si eso pudiera opacar los golpes de la puerta.

—¡Jane despierta ya!

Abrí los ojos y me erguí de la cama con rapidez. Subí las persianas y las ventanas a su vez. Me apresuré en abrir la puerta antes de que esta fuera tirada por mi impaciente tía.

—Lo siento—me disculpé nada más abrir la puerta.

—¿Tienes idea de qué hora es?—bramó enojada—¡Son las dos de la tarde! ¿Desde cuando duermes tanto tiempo?

—Lo siento mucho, no he dormido bien esta noche.—Dije recordando las pesadillas de hasta hace unas horas.

—¿Y por qué has echado el pestillo para dormir?

No recordaba haber echado el pestillo cuando regresé por la mañana. 

—Como sea, tienes la comida en el microondas—me informó—tú padre quería que lo llamaras.

Asentí aún adormilada. Después de darme el comunicado bajó por las escaleras recordándome que no demorara más. 

La situación entre mi padre y yo no estaba de la mejor manera. Seguíamos distantes después de aquella discusión. Me sentía culpable. Lo único que quería era alejarme de casa durante el tiempo en el que resolvía el enredo en el que me había metido. Continuar con los estudios en el instituto me permitiría ausentarme de mi hogar y así poder urdir algún posible plan; pero todo se fue al caño en cuanto mencionó sus condiciones.

Papá tenía razón, nunca me gustó estar en Fixon y nunca me gustará, pero ausentarme de él dadas las circunstancias en este momento no me parecía la mejor idea. Utilizar la baza de su ausencia no fue mi mejor razonamiento. Pude ver en sus ojos una pizca de decepción en cuanto lo hice. Jamás podría reprocharle a mi padre todo lo que había hecho por sacarme adelante. 

Tal vez ya era hora de que le pidiera disculpas.

***

Después de asearme y comer, cogí el teléfono que se situaba en el salón. Teclee su número y esperé a que contestara.

—Hola.—Saludé en cuanto descolgó.

—Hola Jane—Desde la discusión ya no me llamaba Janie, el apodo con el que todos mis seres queridos me llamaban.—Supongo que Ophelia ya te habrá dicho el porqué tuve que regresar.

—Sí, Algo me mencionó ¿Ya lo has solucionado?—no sabía muy bien qué decir. Me dolía la forma en la que se habían tornado las cosas.

—Casi, tal vez me tenga que quedar dos días más.

—Quédate el tiempo que necesites allí papá, aquí todo está bien.

Hubo un silencio en la línea después. Se aclaró la garganta y habló.

—Bien, solo quería saber que tal estabais. Tengo que colgar, cuidaros.

—Papá—Dije antes de que colgara. 

De repente, las imágenes de mí cayendo del acantilado inundaron mis pensamientos. Comencé a pensar en el dolor que le hubiera causado a mi padre al saber que había muerto de no ser por Kenzo. Recuerdos de mi padre y míos cuando era más pequeña hicieron que comenzar a hipar mientras las lágrimas me recorrían las mejillas.

—¿Jane? ¿Cariño estás bien?

—Lo siento, lo siento mucho—hipé mientras lloraba—No quería decir lo que te dije la otra vez, de verdad lo siento...

—Janie, escucha.—Me interrumpió—No te preocupes por eso ¿de acuerdo?, en cuanto llegue ahí hablaremos con calma de lo sucedido.

Aunque quisiera, no fui capaz de dejar de llorar. 

—Janie, ¿ha pasado algo más?

—No, no...No te preocupes—negué rápidamente—, solo quería disculparme. 

—Está bien, hablaremos en cuanto llegue.

—Te quiero—Musité.

—Y yo hija—colgó.

Volví a colocar el teléfono en su sitio y me senté en sofá. Una parte de mí se sentía completamente aliviada; solucionar nuestras diferencias me mantenían tranquila. Por otro lado, no me gustaba tener que ocultarle cosas.

¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Decirle la verdad? ¿Contarle que por querer encontrar a mamá había pactado con un demonio que casi me mata? Cuanto más pensaba en ello más ridículo me parecía lo que había hecho.

—¿Todo bien?—Mi tía estaba apoyada en el marco de la puerta de la sala. Su cabello estaba recogido como de costumbre y su vestido azul celeste estaba impoluto.

Me limpié las lágrimas y asentí. 

—Todo bien.—Me levanté y sonreí. Caminé hasta la puerta pasando por su lado. Su voz me detuvo justo cuando iba a subir las escaleras.

—Jane—me giré ante su llamado—,que sea estricta contigo no significa que no me importes.

Eso me había tomado por sorpresa. 

<<¿Eso eran unas disculpas por su comportamiento conmigo?>>

—Solo...Intento ver lo mejor para ti. Eres mi única sobrina Jane, jamás haría algo para dañarte. Espero que lo sepas.

Puede que esta fuera la primera vez que Ophelia estaba siendo sincera y amigable conmigo desde que había crecido. Las palabras de aliento no eran frecuentes en ella, por eso lo que me confesando hico que comenzara a verla de otra manera.

—Y una cosa más,—continuó—la idea de que quieras dejar de estudiar en casa me sigue pareciendo nefasta—asentí sin comprender por qué me volvía a repetir lo que ya sabía—pero si en verdad es lo que quieres, te apoyo. Ya eres mayor de edad y eso conlleva a tomar decisiones por ti misma.

—Gracias tía Ophelia.

—Solo quiero que sepas que procuro que no tomes las mismas decisiones erróneas.

Y ahí estaba. Como si de arte de magia se tratara, consiguió que todas las buenas palabras que había recitado antes quedaran en nada después de eso. Claro que se refería a mamá. Siempre se refería a ella con ese desdén.  Si en verdad le importara, si todo lo que había dicho antes era verdad, debería saber que me dolía que hablara así de ella. 

—Voy a mi cuarto—Dije subiendo las escaleras sin esperar su respuesta.

De debajo de mi cama saqué la caja donde guardaba una foto de mamá. La acaricié. Era hermosa. 

Me sentía orgullosa de haber heredado cosas de ella, como las pecas. Recuerdo como la gente decía que era una viva copia de ella; en ese entonces el odio que le tenía tía Ophelia todavía no se había magnificado. A mamá siempre le había gustado mi pelo largo. Disfrutaba cuando me peinaba; cuando me trenzaba el cabello o hacía dos coletas a ambos lados. 

Por eso, cuando a los trece años mi tía me cortó mi larga cabellera, pataleé, lloré y chillé con todas mis fuerzas. No quería que también me arrebataran algo que me caracterizaba a mi madre, no quería. Me dolió ver como mi padre no objetó lo contrario, dejó que me corta el pelo acotando que me quedaría bien. Los odié, a los dos. Tuvieron que pasar varias semanas para que se me pasara el enfado.

El sonido del teléfono me hizo dispersarme. Lo cogí y contesté.

—¿Sí?

Solo se oía ruido de fondo.

—¿Hola?

Tras seguir sin recibir respuesta colgué. Tal vez se trataba de una broma telefónica. No le di más importancia y regresé a donde estaba antes. Pronto darían las siete y se haría de noche, por fin se terminaría este nefasto día.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora