Jane Mitchell
Corté el filete y metí un pedazo en mi boca. Lo único audible en ese omento eran los cubiertos chocar entre ellos y en los platos.
—Papá, ¿puedes pasarme la sal, por favor?—Esperé pacientemente a que, al menos, me mirara.
No contestó. Continuó concentrado en terminar la comida de su plato.
Tía Ophelia suspiró y me pasó la sal.
—Gracias—musité.
Miré de reojo a mi padre; tenía el semblante serio y masticaba con enojo. Sujetaba el tenedor con fuerza y su vista no se apartaba de su plato.
Tía Ophelia intentó sacar tema de conversación varias veces, pero después de ver como mi padre continuaba sin hablar, desistía.
—Estaba pensando—dije mientras daba un trago a mi vaso de agua—, ¿os importaría si voy a casa de Jez a pasar la tarde?—Pregunté cautelosa.
Y por primera vez, papá habló. Aún que hubiera deseado que no respondiera de aquella forma tan fría.
—Eso depende, ¿tardaras otros diez días en volver?
Boqueé sin saber qué decir. Miré a tía Ophelia sin saber muy bien como debía responder a aquello.
Ella lo miró con el ceño fruncido. Inmediatamente toda su atención volvió en mí y sonrió forzadamente.
—Procura estar para la hora de la cena.
Asentí.
Papá se levantó bruscamente de la mesa y recogió su plato para luego salir de la cocina y subir las escaleras.
—Louis.
—Tengo mucho trabajo que hacer.
Ambas nos quedamos en silencio. Sabía que la única culpable de la situación en casa era mía. Por más que tratara de hablar con mi padre era imposible, parecía que ni si quiera era capaz de permanecer en el mismo sitio que yo. Eso me dolía, pero estaba segura de que lo que yo sentía no era ni la mitad a lo que él tuvo que sentir durante todos los días que estuve desaparecida; así que lo único que me quedaba por hacer, era ser paciente y esperar al momento adecuado para poder entablar una conversación con él. Aun sin saber muy bien que le diría.
Recogí los platos y los metí en el lavavajillas. Subí las escaleras y busqué algo cómodo que ponerme en mi cuarto.
Mientras terminaba de ponerme la camiseta por encima del jersey de cuello alto, pensé en el momento en el que mi padre me llamó Emma.
Tenía muchas preguntas que hacerle al respecto. ¿Le había recordado a ella? De ser así, ¿por qué se acordó cuando me reclamaba en aquel momento?
Mi cabeza iba creando diferentes hipótesis de las que seguramente se alejaban bastante a la realidad. Mis ganas de preguntarle crecían por momentos, pero dada la situación en la que nos encontrábamos no sería lo más acertado. Esperaría hasta que quisiera volver a hablar conmigo para hacerlo.
Até los cordones de mis zapatos y bajé hasta la puerta principal para ponerme la chaqueta y salir de casa después de despedirme de mi tía.
Sentía las miradas de las personas del pueblo en mí. Algunas me veían sin expresión y otras con reproche.
Comenzaba a sentirme incómoda. Me puse la capucha de mi chaqueta en la cabeza y metí las manos en los bolsillos mientras miraba hacia el suelo.
Podía hacerme una idea a lo que se les pasaba por la cabeza; se compadecían de mi padre, pensaban en lo miserable que lo estaba haciendo al haberme "escapado" de casa y en el mal camino que supuestamente había escogido.
Aún que quisiera, aún que mi garganta picara por poner a cada uno de ellos en su lugar y dejarles claro que yo no había elegido por mi propio pie irme, no lo haría. No podía empeorar todavía más la situación.
A pesar de la tan mala situación que se encontraba en casa, había encontrado una parte que creía olvidada de tía Ophelia. Ella era la que ponía paz en la casa, la mediadora y la que trataba de mantener a mi padre sereno incluso cuando parecía que eso era imposible.
No recordaba lo cariñosa y amigable que era, ni lo comprensiva que estaba siendo inclusive cuando tendría que estar igual de enojada que mi padre.
Lástima que esa faceta haya salido a la luz a raíz de mis malas decisiones.
Toqué el timbre y apreté los puños en mis bolsillos.
Escuché como unos pasos acelerados se acercaban a la puerta y esta se abría con brusquedad.
No tuve tiempo de saludar, Jez se abalanzó sobre mí. Las dos nos fundimos en un abrazo largo y reconfortante.
Al separarnos, limpió una de las lágrimas que salían de mi ojo izquierdo, imité su acción y se hizo a un lado para que entrara a su casa.
Ya dentro, nos dirigimos a la sala de estar. Nos sentamos en el sofá y nos miramos durante unos minutos sin decir nada, el silencio era lo que reinaba en el lugar.
—¿Estás bien?—Fue lo primero que preguntó.
Me encogí de hombros.
¿Que si estaba bien? Bueno, no estaba muerta, había conseguido volver con las personas que quería y parecía ser que mis problemas se habían disipado; pero esa respuesta no era convincente ni si quiera para mí, así que lo único que se me ocurrió fue levantar los hombros y hacer una mueca con la boca.
—No te voy a preguntar qué es lo que te pasó, ni por qué desapareciste así de esa manera. Solo quiero que,—sujetó mis manos y les dio un apretón—si alguna vez te sientes mal o sientes que estás pasando por una situación difícil, por favor Jane, habla conmigo.—Finalizó.
Respiré hondo y traté de darle una sonrisa sincera.
Asentí—Lo haré.
Ella me sonrió y se separó un poco de mí.
—¿Cómo están tu padre y Ophelia?
Hice una mueca y mordí mis labios.
—Es como intentar caminar en un campo de minas—dije sincera—, mi padre prácticamente no me dirige la palabra y tía Ophelia es la que trata de poner paz en la casa.
—No te odia Jane—me dijo sabiendo lo que pensaba.
—Está cerca de hacerlo.
—Janie, no quiero ser dura contigo ni mucho menos pero,—tomó aire para continuar hablando y me miró—estuviste desaparecida durante diez días. Supongo que no esperarías que te recibiera con una fiesta de bienvenida.
—Lo sé—dije apartando la mirada incómoda. No quería tener esa conversación.
—Fueron diez días en los que nadie supo nada de ti, para él no tuvo que ser fácil. En el pueblo no se paraba de especular que te habías escapado y que...
—¡Yo no quise irme Jezabel, no fue decisión mía!—Bramé.
—Creo que no te entiendo—dijo frunciendo el ceño.
—¿Cuántas veces voy a tener que disculparme con todo el mundo para que sepáis cuanto lo siento?
Jez me miraba con lástima.
—No es eso y lo sabes.
Respiraba aceleradamente. Esto se me estaba yendo de las manos.
Me froté la cara con las manos y traté de tranquilizarme. Sus manos tocaron mis hombros y levanté la vista.
—Vamos a dejar aquí el tema, ¿de acuerdo?—Asentí.
Pasamos la tarde hablando de diferentes cosas, estuvo bien pasar tiempo con ella y evadirme un poco de mi cruel realidad. Los siguientes días pasaron igual de lentos y hastiados. La relación con mi padre no era tan tensa pero desde luego podría ser mejorable.
Durante el transcurso del tiempo, mi vida había vuelto a su rumbo habitual y con ella, llegó la toma de decisiones.
La primera de ellas todavía estaba esperándome, o al menos, eso quería pensar.
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Avaricia [#1 Pecados ]
Teen FictionKenzo, primogénito de Lucifer y pecado de la Avaricia, es desterrado del infierno junto a sus seis hermanos tras haber puesto en peligro la estabilidad del submundo. Por primera vez se verá solo, sin poderes, sirvientes y sin la compañía de sus herm...