Capitulo 53

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Kenzo

—Kenzo.

Un suave tacto recorrió mi frente apartando los mechones de mi cabello pegados por el sudor.

—Kenzo.

Mi cuerpo seguía entumecido. 

—Cariño, es hora de que despiertes.

Mis ojos comenzaron a abrirse poco a poco dejando pasar una intensa luz a través de mis retinas. Su silueta estaba de cuclillas junto a mí. 

—Abre los ojos. 

Era difícil hacerlo, todos mis músculos dolían como el infierno y sentía que con el más mínimo movimiento terminaría por quebrarme. 

El cosquilleo comenzó por mis manos, era un calambre que se extendía por mi cuerpo provocando que diera leves espasmos por la incomodidad.

Primero moví una pierna aún con los ojos entrecerrados, después continué con el brazo izquierdo hasta que finalmente hice un puño con mi mano, apretándola. 

—Ese es mi chico. 

La silueta todavía era borrosa para mí, traté de distinguirla y enfocar su rostro con las energías que tenía. Con el paso del tiempo, comencé a ver los objetos del cuarto más nítidos. La silueta continuaba a mi lado, pero esta vez, se iba desvaneciendo a medida que mi vista volvía a funcionar correctamente. 

Extendí mi mano antes de que desapareciera del todo, tratando de mantenerla junto a mí. Si bien no pude identificar su cara claramente, sí pude distinguir una genuina sonrisa plasmada en ella.

Sentí mis mejillas húmedas, involuntarias gruesas lágrimas se deslizaban por mis mejillas una tras otra, sin pausa. Me incorporé del suelo siseando de dolor, revisé con la mirada cada rincón del cuarto, esperando encontrar a la silueta en alguna parta. Grande fue la decepción al ver como mi mente me la había jugado una vez más.

Su toque se sintió real, como si en verdad estuviera ahí conmigo y no se tratara de una simple ilusión como yo creía que había sido. Todavía notaba los cálidos dedos pasear por mi frente desalojando pequeños mechones pegados a mí. 

Su voz sonaba completamente distorsionada y se escuchaba muy a lo lejos, como si estuviera comunicándose conmigo desde otro lugar. 

El pelaje de Ceniza me hizo dar un brinco del susto. La gata ronroneaba y se restregaba en mí como si su única misión en el planeta fuera esa. 

Sonreí y la atraje hacia mí, acariciando su pelaje y rascándole detrás de las orejas. 

—Yo también te he echado de menos— la gata ronroneó en respuesta. 

Di un largo suspiro provocando que mis costillas dolieran. 

—Mierda.—Siseé mientras me levantaba mientras hacia presión en la zona adolorida como si eso fuera a aliviar el dolor. 

Caminé apoyándome en la pared y en los muebles que decoraban el cuarto; abrí la puerta del baño y me apoyé en el lavamanos para volver a tomar aire. 

Al mirarme al espejo, solo agradecí mentalmente que ese bastardo estuviera muerto. 

Tenía la cara echa un cuadro. 

La ceja izquierda, aún que estuviera a punto de curarse, tenía rastros de sangre en ella. El pómulo derecho poseía un color morado bastante notorio, en la nariz ya solo tenía sangre seca y tenía los labios ligeramente agrietados.

Levanté la destrozada, sudada y sucia camiseta con cuidado, maldiciendo en el proceso. Puede que todavía hubiera alguna que otra costilla rota, pero estaba seguro de que se veían mejor ahora. Rasguños decoraban parte de mi estómago, no eran profundos y estaban a punto de desaparecer. 

Junto a la camiseta, tiré los pantalones a la basura, ambos estaban completamente destrozados. 

Dejé que el vapor del agua caliente inundara el baño. El agua ardía en mi piel, pero agradecí tanto poder ducharme que ni si quiera me molesté en cambiar la temperatura. 

El dulce aroma del jabón me relajó, froté cada parte de mi anatomía hasta que la suciedad desapareció de mi cuerpo al completo. Froté las manos en mi cabeza enjabonando mi cabello, pasaba las yemas de mis dedos por el cuero cabelludo brindando leves y suaves masajes. 

Me aclaré y mantuve el grifo de la ducha en mi cara, dejé que el agua se llevara todos mis pensamientos y me envolviera el calor. 

Por primera vez en mucho tiempo, tenía la mente en blanco; no pensaba en el Infierno, ni en Lucifer, ni en Lilith ni en mis hermanos. Tampoco pensaba en Jez ni en Jane. 

Se sentía bien, poder dejar la mente en blanco se sentía bien. 

En esos momentos, la soledad era lo que más añoraba en mí. Poder despejar la mente era algo que adoraba, el silencio, sin los constantes murmullos de mi cabeza diciendo y pidiendo más poder. 

Abrí los ojos y cerré la manilla del agua. Salí del baño con la toalla ya puesta y arrastré la cama hasta su lugar para después sentarme en ella. 

De uno de los cajones de la mesilla, quité una de las botellas de agua y retiré el tapón para beber el contenido de esta con calma. Así fueron tres botellas seguidas. 

Las gotas de mi cabello resbalaban por mi desnudo abdomen. 

Los ronquidos de Ceniza retumbaban en el silencioso cuarto, para ser un animal tan pequeño, hacia bastante escándalo. 

Sonreí mientras la veía y negaba con la cabeza. Iba a extrañarla, tanto a ella como a cierta persona testaruda, curiosa y  con un carácter jodidamente difícil.

Deje de sonreír en cuanto recordé algo. 

Sabía que le había dicho que no me marcharía hasta que no viniera a verme, pero tal vez lo mejor sería que me fuera sin verla. 

Viéndola entrar a su casa, con su familia y a salvo, podría ser la perfecta imagen de la última vez que la vi. Siempre iba a recordarla con sus características pecas y su cabello castaño desordenado la mayoría del tiempo; o su nariz roja por causa del frío, o la manera graciosa con la que actuaba cuando descubría algo que trataba de ocultar. 

Quería irme, pero también quería quedarme. No. Quería estar con ella, ya daba igual dónde fuera, pero sabía con certeza que quería estar con ella. 

Me froté la cara mientras daba un largo suspiro. 

—Que jodida manera de complicar las cosas—murmuré.

Me tiré hacia atrás mirando al techo.

Por primera vez en años, no sabía qué hacer ni cómo actuar. No sabía una mierda. 


Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora