Capitulo 45

580 39 3
                                    

Jane Mitchell

Sentí como alguien zarandeaba mi hombro con insistencia murmurando cosas que no entendía.

—Jane—la voz sonaba a lo lejos, como si estuviera a varios metros de distancia. 

Los zarandeos eran insistentes. Traté de abrir los ojos, pero estaba tan cansada, solo quería seguir durmiendo. 

—Monjita tenemos que irnos de aquí.

<<Monjita.>>

<<Monjita...>>

Abrí los ojos de golpe. 

Sonrió cuando me incorporé para sentarme. Su mano no abandonó mi hombro. Su tacto era tan cálido, igual que siempre. Mis ojos recorrieron su rostro. Tenía manchas de sangre en las cejas y labios.

Su frente sudaba y su cabello se encontraba sucio y lleno de tierra.

—No eres real—titubeé.

No sería la primera vez que alucinaba con el rubio creyendo que estaba allí.

Negó con la cabeza y acarició mis mejillas.

—Soy real Jane, estoy aquí.

Mis ojos comenzaron a aguarse, no me contuve y lo abracé. Lloré porque estaba aterrada, lloré porque todo por fin parecía haber terminado, lloré porque cada ápice de mi ser lo había extrañado con todas mis fuerzas.

Por fin saldría de aquí, estaría con papá, tía Ophelia y Jez, podría volver a casa.

—¿Estás bien?, ¿Tú te encuentras bien? Estas herido por todas partes.—Dije mientras tocaba su cara y revisaba sus brazos y piernas. Tenía los nudillos rotos.

Rio y mojó sus labios.—La apresada eres tú y aún así te preocupas por mí.

Reí aún con las lágrimas recorriendo mi rostro y posé ambas manos en su cara acariciándole con cariño.

—A estas alturas me es inevitable no hacerlo.—Dije sincera.

Ya no tenía caso que siguiera fingiendo que lo que sentía por Kenzo era solo atracción sexual. Cada día que pasaba sin saber de él, sin saber si estaba bien o si algo horrible le había sucedido me taladraba por dentro. La impotencia que sentía al no poder hablar con él, el estar incomunicados. No quería tener que pasar por eso de nuevo. 

—No vuelvas a dejarme atrás de nuevo, ni si quiera si es para mantenerme a salvo—dije llorando.—Nunca más.

—Nunca más, monjita—dijo pegando nuestras frentes—,nunca más.

Asentí viéndole a los ojos.

—Tenemos que salir de aquí—dijo mientras se levantaba—.Esto aún no ha terminado.

Me levanté sintiendo como mis piernas temblaban, estaba tan cansada.

—¿Sigue vivo?—Dije temiendo la respuesta.

—Sí—dijo serio—. He conseguido dejarlo inconsciente pero no sé por cuanto tiempo. Tengo que sacarte de aquí.

Me extendió la mano esperando a que la aceptara. Entrelacé nuestros dedos y caminamos deprisa hasta salir de aquel oscuro lugar. 

El viento azotó mi cara. El aire fresco se coló en mi nariz. Estaba fuera, con Kenzo. 

Sonreí mientras no dejábamos de correr.

La oscuridad de la noche decoraba aquel desconocido bosque. Nuestros pies rompían las ramas del suelo y las hojas de los árboles abatían fuerte. No tenía miedo, estaba con él y nada malo podría pasarme.

En un abrir y cerrar de ojos era yo la que corría delante del rubio. Sentí como su mano comenzaba a frenarme hasta que se terminó de soltar.

Me giré desconcertada.

—¿Qué pasa? Tenemos que irnos antes de que nos encuentre. 

Kenzo estaba de pie mirándome fijamente, no decía ni hacía absolutamente nada.

—¿Kenzo?

Miró hacia abajo sin hacer ningún movimiento.

Comencé a caminar hacia él, tal vez tenía alguna herida infectada o estaba entrando en fase o incluso...

Paré en seco en cuanto vi como comenzó a reírse.

Me miró a la cara y continuó riéndose descontroladamente. 

—No...—dije mientras me daba cuenta de lo que sucedía. 

Kenzo jamás había venido a por mí. Durante todo aquel tiempo no había estado con el rubio.

Me di la vuelta y comencé a correr desesperada, mis lágrimas casi no me permitían ver más allá. Me había engañado como una idiota. ¿Cómo pude creer si quiera que se trataba de él?

Dos figuras esbeltas y con cuernos me agarraron los brazos levantándome en el aire. 

Ni si quiera traté de soltarme, nunca podría escapar de aquel horrible ser. 

—Ay Janie, Janie—dijo aún con la apariencia de Kenzo—¿de verdad creíste que era él?—Dijo cuando estuvo frente a mí. 

Quería borrar esa sonrisa de su cara, quería desfigurarle ese horrible y detestable rostro, hacerlo sufrir como había hecho conmigo. 

Volvió a mostrar su verdadera apariencia y rio una vez más en mi cara.

—Es cierto eso que decís los mortales, el amor ciega.

Cogí aire de mis pulmones y le escupí. 

No lo pensé, tampoco quise reparar en las consecuencias que eso conllevaría.

En cuanto lo hice, uno de sus esbirros me levantó todavía más y acercó su boca a mi cara. Sus afilados dientes se acercaban a mí lentamente, la saliva sobresalía de los laterales de su boca.

—Alto—dijo en cuando el ser estaba a punto de pasar su larga lengua por una de mis pecosas mejillas—,solo hay que recordarle con quién está tratando, ¿verdad?

El demonio volvió a bajarme y me posicionó frente a Él. No me dio tiempo a responder cuando mi cara se giró violentamente. Mi mejilla ardía de una manera que nunca había sentido. La sangre resbalaba sobre mi mejilla y mis ojos se mantenían cerrados reteniendo las lágrimas que no tardarían en salir.

Me había golpeado.

—Ahora que todo se ha solucionado, llevadla de vuelta. Pronto tendremos a nuestro invitado de honor.—Sonrió. 

Comenzaron a caminar arrastrándome hasta llegar a aquel oscuro lugar. 

Me tiraron en una esquina si cuidado y golpeé mi cabeza contra el suelo haciéndome soltar un quejido.

La sangre no paraba de descender de mis fosas nasales. Me limpié como pude y me quedé sentada mirando hacía fuera con la mirada perdida. 

Respire hondo, sentía como la cabeza me daba vueltas. Vi la botella de agua a medio terminar y me apresuré al beber de ella. El sabor metálico de la sangre era horrible pero tenía que mantenerme despierta. 

Ya no bajaría la guardia.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora