Kenzo
El sudor bajaba por mi rostro y parte de mi espalda. Mis piernas ya se habían acostumbrado a la presión que había estado ejerciendo en ellas a lo largo de los días.
Cuando legué al viejo roble junto a las afueras del pueblo, me despojé de mi sudadera y camiseta. El primer golpe lo sentí como un pinchazo bajo mi piel. El segundo fue menos doloroso y cuando llegué al cuarto ya no sentía nada más que parte de la madera del roble chocar contra mis nudillos.
Repetía mis movimientos una y otra vez, como si el enojo y la impotencia fueran culpa del roble. Me separé unos cuantos centímetros y levanté la pierna derecha para brindarle una patada. Parte de la madera caía al suelo. Volví a proporcionarle los puñetazos de antes.
<<—¡Dijiste que dependíamos el uno del otro!>>
<<—Prométeme que no dejarás que les pase nada>>
<<—No serías capaz de hacerme daño, ya no.>>
No sentí que la sangre caía de mis manos hasta que vi la madera del roble cubierta de sangre. Mis nudillos ardían, pero no sentía dolor.
Respiré agitado y me llevé las manos a la cabeza mientras regulaba mi respiración y trataba de volver a concentrarme.
—Joder.
Se suponía que había decidido apartarme de su vida para ponerla a salvo, no para recordarla cada jodido momento hiciera lo que hiciera.
Tomé aire y volví a golpear sin detenerme. Golpes precisos, limpios y directos. Bien, ya había cogido el ritmo, solo tenía que seguir así un rato más.
<<—K-kenzo ayúdame.>>
Me alejé del árbol con la rabia brotando de mí.
Grité soltando toda la rabia que tenía dentro. Cerré los ojos y dejé que el poder de mi pecado saliera a la luz. Hice un puño con la mano y lancé un puñetazo al roble, luego una patada, otro puñetazo. Repetía una y otra vez los golpes mientras gruñía.
Sentía mis ojos brillar, como centraba toda mi fuerza en tratar de destrozar la madera del roble. Cada vez que se me venía a la mente algún momento con Jane canalizaba toda mi fuerza en una parte de mi cuerpo para arremeter contra el viejo árbol.
Continué así lo que para mí fueron horas. Volví a respirar hondo y volví a mi estado natural.
Miré mis manos; mi piel estaba pintada de rojo, la sangre brotaba de mis nudillos y podía ver parte del hueso de estas. Tenía las manos completamente destrozadas.
<<Suficiente por hoy.>>
Salí de allí trotando hasta llegar al pueblo. Para cuando había llegado, tenía las manos completamente curadas, el único rastro de que me había desquitado contra aquel tronco era la sangre seca pegada a mi piel. Me puse la capucha al pasar por la iglesia, no necesitaba encontrarme con nadie por el camino.
Al llegar al albergue me dirigí a la cocina a beber algo de agua.
—¿Qué mierda...—No había ni una jodida botella en la nevera.
Miré en la despensa.
Nada.
—¿Dónde han metido las jodidas botellas de agua?
Como si fuera una respuesta a mi pregunta, el pelirrojo resentido y dos chicos más traían tres cajas de botellas de agua a la cocina.
Me apoyé en la encimera siguiéndolos con la mirada.
Dean y los otros chicos guardaban las botellas en las estanterías y nevera. El pelirrojo, antes de marcharse, me miró de reojo y bufó.
Le sonreí arrogante hasta que desapareció por la puerta.
Abrí la nevera y cogí una botella para quitarle el tapón y darle un trago. Nada más pegar mis labios a la botella y que el líquido del interior pasara por mi garganta, tuve que escupirla en el fregadero.
Llevé los dedos a mi boca y siseé adolorido. Sentía como pequeñas yagas se iban formando en el interior de mi boca.
Volví a coger otra vez una botella, pero esta vez del estante.
Tiré el tapón al suelo y bebí de ella cerrando los ojos.
—¡Mierda!—Escupí todo el contenido de esta al fregadero mientras tosía.
Esta vez me ardía todavía más que antes.
<<¿Qué cojones tenía el agua?>>
La boca me ardía y la garganta me picaba como si hubiera estado tragando cactus durante toda la mañana.
No sabía que mierda tenía el agua, pero si todo el pueblo contenía lo mismo que esas botellas estaba jodido.
La puerta de cocina se abrió dejándome ver a una niña del albergue.
—Buenos días—saludé con la cabeza viendo lo que hacía.
Cogió una botella y la abrió, bebió de ella bajo mi atenta mirada.
No podía ser una coincidencia que al único que le parecía dañar el agua, fuera a mí. Al único jodido demonio de todo el pueblo.
La niña, al darse cuenta de que la observaba, cerró la botella y sonrió mientras se despedía y abandonaba la cocina.
Esa mierda tenía agua bendita dentro. Y no había manera de que alguien supiera de mí, imposible.
Miré al suelo y fruncí el ceño. ¿Habría sido capaz? ¿Lo había hecho? Me dijo que le diría al Sacerdote lo que era si no me retractaba de mi decisión. Traté de apartar esa loca idea de mi cabeza, pero...
<<¿Y si era eso? ¿Y si verdaderamente había cumplido con su amenaza?>>
No, estábamos hablando de Jane, ella no haría eso, ella no me lanzaría a las cuerdas así, no a mí. Pero no encontraba otra posible respuesta a ello.
Esto estaba comenzando a enojarme, porque si realmente Jane había sido capaz de hacer eso en forma de venganza, entonces iban a cambiar muchas cosas. Di un golpe a la mesa y subí las escaleras con pisadas fuertes hasta mi cuarto, cerré de un portazo y me senté en la cama mirando al vacío.
Si la monjita había jugado de esa manera tan sucia solo porque la quería alejar de todo esto, entonces la cosas iban a dar un giro muy importante en toda la situación.
<<La estaba protegiendo, ¿por qué mierda haría algo como eso?>>
Bien monjita, si querías ver al jodido hijo de Lucifer en toda su esencia, lo has conseguido. Espero que puedas con ello.
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Avaricia [#1 Pecados ]
Teen FictionKenzo, primogénito de Lucifer y pecado de la Avaricia, es desterrado del infierno junto a sus seis hermanos tras haber puesto en peligro la estabilidad del submundo. Por primera vez se verá solo, sin poderes, sirvientes y sin la compañía de sus herm...