Capitulo 42

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Jane Mitchell

Quité dos horquillas de mi pelo para tratar de abrir la cerradura con ellas. 

Aún que ya fuera lo suficientemente tarde como para que alguien estuviera por allí, tenía que darme prisa, ciertamente, no sabría como explicar el que estuviera tratando de abrir la puerta del despacho del Sacerdote Marcos.

Y es que la razón por la cual estaba llevando acabo aquel acto de invasión, era porque desde aquella extraña charla que tuvo lugar allí, todo comenzó a ir a peor. 

Tocaron el timbre en casa por la mañana; unos trabajadores del pueblo estaban recogiendo las botellas de agua que teníamos y las cambiaban por otras nuevas, ese proceso se estaba llevando acabo en todas las casas y negocios de Fixon. 

El agua en si no tenía nada de extraño, sabía exactamente igual, por eso, ¿por qué tenían que cambiarse? 

Al parecer, nadie más se había percatado del impropio comportamiento que se estaba llevando a cabo para esos días. Tía Ophelia y papá decían que eran cosas mías, que tal vez el trabajo y el papeleo tenían en ese estado al Sacerdote, pero algo me decía que iba mucho más allá.

—¡Sí!—Grité medio susurré en cuanto escuché la cerradura ceder.

Abrí la puerta y encendí la linterna. 

Dentro, a simple vista, todo estaba igual a la última vez que estuve allí. Los cuadros y estatuas seguían sin estar en su respectivos sitios y el cuenco con agua bendita todavía continuaba en paradero desconocido. 

Caminé hacia el escritorio y alumbré allí con la linterna. Al no saber exactamente qué era lo que estaba buscando, se me dificultaba un poco el descubrir alguna pista que me ayudara a justificar el comportamiento del hombre. 

Volví a alumbrar en una esquina del escritorio y me detuve allí por unos segundos.

—¿Eso es...—sangre.

Justo en una esquina, había una mancha de sangre. Apunté al suelo tratando de buscar más rastros de la misma, pero parecía ser la única del lugar. 

Me situé en la ventana apuntando a las esquinas y buscando cualquier otra cosa que pudiera ayudarme. 

Apagué la linterna de inmediato al ver a alguien cruzar la calle desde la ventana. Asomé un poco la cabeza y me fijé bien.

—Maldita sea—siseé.

<<Era el Sacerdote.>>

No saldría de aquí sin cruzármelo, era prácticamente imposible. Corrí a cerrar la puerta y a esconderme debajo del escritorio, me senté de modo que mis rodillas quedaran a la misma altura de mi cabeza. 

Escuchaba las pisadas por las escaleras cada vez más cerca. La puerta se abrió y se cerró seguidamente. 

Recé internamente para que no se le ocurriera venir hasta el escritorio para nada, porque si no, estaría totalmente perdida. 

Escuché como buscaba algo de los cajones de la entrada, respiraba entrecortadamente y balbuceaba cosas que no lograba entender con una voz extraña. 

Hubo unos minutos de silencio en los que no conseguí escuchar nada, como si se hubiera ido. Cuando iba a salir de mi escondite, algo fue lanzado contra la pared seguido de un tétrico grito. 

Tapé mi boca con ambas manos para ahogar el grito que amenazó con salir en ese momento. 

Los pedazos de lo que fuera que había tirado cayeron muy cerca de mí. Comencé a sudar frío.

Avaricia [#1 Pecados ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora