Jane Mitchell
—¿Seguro que te encuentras bien? Pareces agotada.
Jezabel y yo estábamos decorando el albergue para una reunión de jóvenes que tendría lugar por la tarde.
—Sí, no te preocupes, con todo eso de ser tutora y estudiar en casa casi no tengo tiempo ni para mí.—Le sonreí mientras hacia unos lazos con cintas de colores.
—Fingiré que te creo, por el momento—giré la cabeza para verla y le sonreí agradecida.
Jez era una chica muy atractiva; tenía el cabello negro azabache el cual le llagaba hasta las costillas, normalmente estaba recogido en una coleta baja perfectamente peinada o suelto dejando notar el brillo y la sedosidad en él; al contrario de mi, que tan solo me ponía diademas o peinaba hacia atrás mi cabello corto cuando me ganaba la flojera por las mañanas. Ella siempre se preocupaba de que se viera lo más aceptable posible. Era de tez pálida, sonreí al recordar como la solíamos comparar con la nieve. Sus ojos eran pequeños pero muy expresivos, el color avellana en ellos hacía que te perdieras en su mirada cuando hablaba. Sus labios gruesos rosados siempre estaban perfectamente hidratados y su sonrisa era tan cálida que era capaz de enternecerte el corazón.
Había crecido en una familia perfectamente estructurada, si bien era cierto que siempre fui bienvenida en ella, nunca terminé finalmente de sentirme parte de ella. Su madre la adoraba y mimaba siempre que podía y su padre procuraba estar siempre en casa para la hora de la cena aunque su duro trabajo se lo ponía extremadamente difícil.
Jez y yo habíamos crecido prácticamente bajo el mismo techo. Desde que éramos pequeñas, mi tía y su madre nos habían cuidado y criado. La madre de Jez era enfermera en el pequeño centro médico del pueblo por lo tanto no pasaba demasiado tiempo con ella. Su padre trabajaba en obras en la ciudad, pero a diferencia del mío él prefería conducir dos horas para ver a su familia. Mi tía la cuidaba a ella y a mi todas las semanas y los fines de semana las dos íbamos a su casa a pasar las tardes jugando y cantando en el karaoke que mi padre nos había regalado.
—¿Todo bien con Dean?—Pregunté mientras buscaba unas acuarelas.
Jez se sonrojó al mencionar al chico y dejó de recortar unos folios en forma de ángel.
—Es todo lo que mis padres quisieron para mí—cogió una de las puntas de su largo cabello y comenzó a jugar con él mientras hablaba—, dulce, cariñoso, respetuoso y trabajador.
Me gustaba ver aquel brillo en sus ojos, cada vez que hablaba de Dean parecía describir a un príncipe encantador, como en los cuentos de princesas y hadas.
Dean era el nieto de los dueños del albergue, sus padres habían fallecido hacía ya cinco años en un terrible accidente de coche.
El chico era atractivo y eso era innegable; era el responsable de la mayoría de los suspiros de las jóvenes del pueblo y no era para menos; el pelirrojo emanaba felicidad y alegría cuando hablabas con él.
A la vista estaba su evidente atractivo, aunque Jez bromeaba diciendo que su físico le recordaba a los chicos de los libros que leía, muy en el fondo sabía que hablaba en serio.
Su cabello pelirrojo era sin duda lo más llamativo de todo su físico, era de descendencia Italiana por parte de sus abuelos y padre. Sus ojos eran oscuros y enigmáticos y al igual que mi amiga, su piel era pálida.
—¿Ya lo habéis hecho oficial?
—Oh, no—negó—ya sabes lo que opinan mis padres respecto a eso, hasta que no cumpla los diecinueve no será oficial.
ESTÁS LEYENDO
Avaricia [#1 Pecados ]
Teen FictionKenzo, primogénito de Lucifer y pecado de la Avaricia, es desterrado del infierno junto a sus seis hermanos tras haber puesto en peligro la estabilidad del submundo. Por primera vez se verá solo, sin poderes, sirvientes y sin la compañía de sus herm...