Kenzo
Treinta de octubre, un día antes de Halloween.
Las semanas pasaron con rapidez; todo el pueblo se encontraba alborotado debido a la festividad. Cualquier otro lugar del mundo celebraría Halloween como cualquier otra fiesta o simplemente la ignoraría haciendo vida normal, pero Fixon era diferente. Aquí esta celebración era a lo que llamaban: "La bienvenida de lo maligno al mundo terrenal". Nadie se podía disfrazar ni salir de sus casas, estaba prohibido deambular pidiendo lo ya muy conocido Truco o Trato y los disfraces como ya era evidente estaban vetados. Cualquier persona que se atreviera a ello ese día, automáticamente se daba por echo que era adorador de Lucifer y el castigo que recibiría sería incalculable.
Cuando la monjita me informó sobre esta ideología reí. Nunca llegué a imaginar lo enfermizas y ridículas que podían llegar a ser las creencias humanas creyendo que los demonios y almas atormentadas subirían hasta aquí solo para atemorizarlos en ese día. Era cierto que había algo de verdad en esa ridículo miedo que ellos tenían.
Por lo general, el treinta y uno de octubre era el único día del año en el que nuestros poderes llegaban a niveles incalculables. Muchos de esos demonios empleaban ese poder para regresar a la Tierra y cobrar ya sea venganza o simplemente recordar lo que era estar vivo. Algunos—como los entes— profanaban cuerpos humanos para pasar desapercibidos, otros se aparecían en sus lugares de muerte lamentándose y otros menos cuidadosos acudían a las calles con su aspecto demoníaco sin miedo a ser vistos, camuflándose entre los mortales que se disfrazaban de ellos.
Ese día no era diferente para mis hermanos y para mí. Por petición de nuestro Padre, nos encerraban en mazmorras adaptadas a nosotros y nos mantenían en observación hasta el día siguiente de Halloween. Nuestros mentores eran los encargados de anotar todo lo que hacíamos en nuestro proceso de transformación. La mayoría, con el paso de los años y varios entrenamientos, habíamos conseguido mantener de una manera a raya a nuestro Pecado... Todos menos Nicklaus.
Él siempre era el que solía tener más problemas para controlar sus impulsos y a su Pecado. Lilith siempre estaba allí para intentar que volviera en si, reteniéndolo y hablándole mientras Lucifer lo inmovilizaba para meterlo en otra mazmorra. Ella jamás aceptó ese método para controlar nuestras habilidades, pero también sabía que probablemente esa era la única opción que tenían para mantenernos controlados y enseñarnos. Aunque Nick quisiera aparentar que no, la desaparición de mamá le había afectado lo suficiente como para que sus impulsos destructivos crecieran notoriamente. Ya no era tan fácil calmarlo y mantenerlo fuera de los entrenamientos ya no era una opción viable.
Había cumplido los dieciocho y sus ganas de crear más destrucción le carcomían por dentro y la única persona que podía ayudarle, ya no estaba.
Nick era el más joven de nosotros, el más inexperto y el menos indicado para portar un poder tan grande como el que poseía.
Estaba tumbado en mi cama, viendo el techo de mi cuarto como si fuera la cosa más interesante del mundo. Me sentía cansado, sin ganas de nada y hastiado.
Nunca llegué a imaginar que me vería en una situación así. No dejaba de pensar en como estarían el resto de mis hermanos, me era inevitable preocuparme por ellos; al final de todo yo era el mayor y los había visto crecer. Juntos habíamos puesto el Infierno patas arriba, colmando la paciencia de nuestros mentores, cubriendo las hazañas de los demás...
—Ah...—Suspiré cerrando los ojos.
Tenía que encontrar el portal de vuelta y buscarlos. Una vez en el Infierno me sería mucho más fácil dar con ellos, solo espero que se las hayan arreglado lo suficientemente bien como para poder vivir estos meses y el tiempo que me durara encontrar el camino de vuelta.
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Avaricia [#1 Pecados ]
Teen FictionKenzo, primogénito de Lucifer y pecado de la Avaricia, es desterrado del infierno junto a sus seis hermanos tras haber puesto en peligro la estabilidad del submundo. Por primera vez se verá solo, sin poderes, sirvientes y sin la compañía de sus herm...