CAPITULO 3

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Dosis de realidad

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Dosis de realidad.

Anastasia.

No soy una compradora compulsiva, de hecho, hace mucho no gastaba tanto dinero llenándome las manos de bolsas. No había tenido el tiempo ni la motivación y mi armario puede dar fe de ello.

Sin embargo, eso no es lo que seguramente piensan los gerentes de todos los locales para niños del centro comercial a los cuales ingresé, comprando todo lo que creí correcto a mi paso.

Y aún así, nada se siente de esa forma en mis manos.

—¿Es todo o iremos por más? —inquiere Roger gracioso, levantando la bolsa de la cual sobresalen las cajas con varias muñecas.

—¿Tú que dices?

—Yo digo que ya tienes los regalos de navidad y cumpleaños de los siguientes treinta años —se burla, dándome una sonrisa que parece algo tierna al final.

Lo voy a volver loco y de paso caeré con él.

—Siento que nada le va a gustar —me sincero, dándome por vencida una vez me siento sobre una de las bancas fuera de la boutique para niños que me llenó las manos de chaquetas y blusas—. ¿François llamó?

Roger asiente, sacando su celular. Coloca las cuatro bolsas que trae sobre la banca, revisando sus mensajes y probablemente agradeciendo mis momentos de estrés en las últimas horas, los cuales le sirvieron para llevar el resto de las bolsas al auto.

—Enviará a una de sus empleadas al hotel en una hora, acabó de aterrizar en Londres.

—¿Y trajo lo que le pedí?

—Eso dijo.

Hace una mueca, riendo con sus ojos.

—¿Qué?

—Voy a serte sincero.

Asiento, rebuscando en mi bolso un chicle. Estoy ansiosa por lo que viene, me he pasado todo el día buscando el regalo perfecto para Aleska y me siento peor que cuando comencé.

—Si sabes que le darás de regalo lo que te envió François, ¿para qué comprar todo esto? —señala las bolsas.

—¿Y si no le gusta?

Para mi sorpresa, no se echa a reír. Se sienta junto a mí, apartando algunas bolsas. Nuestras piernas se rozan, pero no me molesto en correrme, no si no quiero caerme.

—No soy padre y no tengo hermanos tampoco, pero supongo que de eso se trata, ¿no? —Elevo una ceja, esperando a que siga hablando—. De equivocarse, de ir aprendiendo poco a poco lo que le gusta y lo que no.

—Tiene once años, Roger, yo debería saber lo que le gusta y lo que no —murmuro con tristeza, una punzada de dolor haciendo presencia en mi pecho por las palabras que acabo de soltar.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora