CAPITULO 39

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Familia Abramov

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Familia Abramov.

Anastasia.

—Anastasia, cálmate.

Le lanzo una mirada enojada a Roger el cual ni siquiera se inmuta, solo permanece frente a mí, detallando como mi respiración sube y baja conforme pasan los segundos luego de colgar con padre.

—¿Cómo coño quieres que me calme, Roger? —Doy pasos hacia él, deteniéndome cerca—. ¡¿Tienes idea de cómo nos deja esto?! ¡Los pudieron haber matado! ¡Yo soy la jodida responsable de que ellos estén con vida!

—Anastasia...

—Si algo les pasa, Maxim no dudará en sentenciarme al igual que Yasha, Roger —le recuerdo, interrumpiendo su hablar—. Esto no solo me generaría problemas con ellos sino también con Dimitri.

—Pensé que tus tratos con él estaban claros.

—¡Y lo están! ¡Pero no así!

—¡Anastasia!

—¡No me grites, Roger, maldita sea! —Le doy la espalda, recorriendo el pasillo de la habitación de Marcello, agradeciendo que Aleska esté al otro lado de la casa para no despertarla—. Los voy a matar.

Cierro y abro mis manos, furiosa.

—Los voy a cortar en pedazos luego de golpearles el cráneo repetidas veces contra el suelo a esos malditos idiotas.

—No puedes.

Aprieto los dientes por su boca rápida que permanece en silencio nada más lo encaro nuevamente, exigiéndole que se calle con mis ojos.

—Tienes que resolver esto, Anastasia.

—¿Crees que no lo sé? —Me paso las manos por el cabello, sosteniendo el celular entre mis manos—. Prepara todo para salir.

—¿Qué hay de Aleska?

—Solo prepáralo todo, Roger.

Lucho en vano para mantener la compostura luego de que se marcha, apresurándome a la habitación de un Marcello cuya mirada está completamente puesta en la computadora en su regazo. No advierte mi presencia así que me quedo en el umbral de la puerta de brazos cruzados, observando el ceño arrugado que contorsiona su rostro a medida que pasa el dedo por la pantalla.

De alguna forma, el saber que él está aquí, malherido, pero vivo, me calma. Saber que mi hija está dormida plácidamente en su habitación, me da paz. Una que ninguna situación externa me daría.

—¿Todo está bien? —Levanta la mirada, dejando la computadora a un lado. Posando su mano sobre su abdomen vendado, se acomoda—. ¿Algo importante que te mantenga lejos de la posibilidad de un descanso?

—Lo mismo pregunto —responde, sentándose en la cama—. Te escuché gritar.

—Tengo que irme a Barcelona con urgencia.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora