CAPITULO 33

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Propiedad de «A»

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Propiedad de «A».

Aleska.

Orazio, el grandulón que siempre está con Marcello, me observa desde la distancia al momento en que sale de la casa. Mamá me dijo que no entrara, he intentado escuchar con la oreja pegada a la puerta, pero nada, no hay mas que silencio.

Dasha mantiene sus ojos en mí también y sé que Roger está esperando adentro por si se me ocurre entrar. Como si ellos pudieran conmigo. Solo tendría que soltar al señor koala, comenzar a gritar y todos correrían tras mi conejo para que yo pudiese ingresar a la casa. Pero no quiero otro regaño de Marcello y por eso —solo por eso—, cumplo lo que me pidió.

El hombre que me escanea desde su lugar en la mesa bajo la sombrilla, me hace sentir pequeña. Con mis pies dentro de la piscina, intento distraerme, pero me es imposible no sentir sus ojos fijos en mí como si tuviese dudas con respecto a lo que represento.

No me cae bien, pero me recuerda mucho a mi tío Dimitri. Lo extraño, pero cuando hablamos ayer, me dijo que mamá no podía llevarme. Eso no me gusta, pero al parecer tendremos que seguirnos viendo tan solo una o dos veces al año como antes.

Soy feliz con mamá, no lo cambiaría por nada. Mucho mas ahora que tengo a Marcello. Él parece querer a mamá, veo como la mira y aunque finjo que no me doy cuenta, sé que le pide a la señora de la cocina que no le sirva algunas cosas en el plato a mamá porque no le gustan.

—¿Qué tanto me miras? No me voy a desaparecer si dejas de hacerlo —mascullo lo suficientemente alto para que el hombre que habla raro me escuche. Solo le dije hola y su respuesta fue en otro idioma, no sé que dijo, parecía ruso, pero «hola» no fue.

—Cállate, niñita.

—¡Cállate, tú!

Fijo mis ojos en Orazio, quien da un paso al frente, pero sacudo la cabeza. Él hace una mueca como siempre, pero le sonrío. Entrecierra sus ojos marrones hacia mí, pero luego, tras varios segundos en los que no parpadeo, decidida a ganarle, cede escondiendo una sonrisa.

Todos me aman, aunque no lo digan.

Y mis papás los echarían si no me cuidan.

—¿No te enseñaron a no gritarle a los mayores? —Su voz tensa y gruesa se mezcla entre palabras. Habla demasiado raro y la «r» no la sabe pronunciar.

—¿De dónde eres? —Volteo a verlo, pero él aparta la mirada cruzándose de brazos. Me enoja el gesto. Él si que es un grosero, ¿Quién se cree para dejarme con la palabra a medias?—. Te estoy hablando, es de mala educación ignorar a las personas.

—¿Y cuando dije que yo tenía buena educación, niñita?

—No soy una niñita, tengo once —hablo, indignada. De verdad me cae mal—. ¿De dónde eres?

—¿Nunca te callas?

—No.

Rueda los ojos, ignorándome. Sus dedos repasan el reloj en su muñeca, acomodándolo. Me quedo viendo cada uno de los tatuajes que llenan de tinta su brazo. Todos por aquí tienen alguno, en especial esos animales raros en alguna parte del cuerpo.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora