CAPITULO 31

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En la mira

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En la mira.

Marcello.

Mis pasos son cada vez mas rápidos a medida que avanzo por los pasillos de mi casa en Gijón hasta que llego al ala este donde mandé a construir hace años las salas de quirófano que uso en caso de emergencias para no tener a la policía tras de mí en mierdas innecesarias.

Los hombres se enderezan con la mirada al frente mientras paso, formando filas a cada lado de las paredes, custodiando la habitación donde trasladaron a Anastasia luego de salir de cirugía.

—Marcello —sigo caminando pese al llamado de advertencia por parte de Mauricio—. Marcello.

—Si tienes algo que decir, hazlo —espeto secamente deteniéndome frente a la puerta blanca que estoy a nada de abrir. Mauricio me detalla, acusador—. ¿Qué?

—Nada de sobresaltos, si tienes que pelearle algo, se lo peleas después, pero no ahora.

—No voy a pelearle nada, ¿algo más?

No puedo prometer eso, pero lo que sea saldrá de mi boca con tal de cerrar la suya y cesar sus preguntas. Anastasia no debió viajar sola, ella lo sabe, pero tampoco la voy a avasallar con reprimendas porque no soy su padre y ella sabe que hizo mal.

—Me quedaré en mi hotel esta noche, pero tengo que salir temprano porque tengo una consulta importante al otro lado del país. Si necesitas algo, solo llama y enviaré alguien.

—Si necesito algo, llamo y vienes tú —le advierto—. Al resto del mundo lo puede atender uno de tus conocidos, pero sabes bien que no pongo mi vida ni la de mi familia en otras manos, Castillo.

—Y me halagas, Marcello, pero...

—No te lo digo para que te sientas halagado —le cierro la boca, sabiendo que estoy desquitándome la rabia que tengo encima por todo lo que está pasando. Permanece en silencio—. Te lo digo para que recuerdes bien quien paga para que tu familia esté lejos de todo el mundo en el que te desenvuelves.

—No tienes que recordármelo, Marcello. —A pesar de mi tono de advertencia, sonríe con naturalidad. Él sabe por qué le digo las cosas y no se las toma tan a pecho como el resto del mundo—. Sé bien que una llamada y cada mentira que he dicho, se caerá.

Dejo que se marche teniendo la última palabra, mas ansioso por abrir la puerta que por seguir nuestra conversación. La mujer dormida en la cama luce tan pacífica, pálida y débil que no hay rastro de la Anastasia que vi la última vez. Castillo dijo cuando me llamó que aun la anestesia estaba haciendo efecto y que tomaría un par de horas más que despertara así que solo me queda permanecer aquí esperando que eso suceda.

A su lado, los ojos de uno de los mestizos caen en mí. El hombre de porte rudo y aspecto de matón me mira con esa mirada cargada de rabia que le he visto las pocas veces que nos hemos encontrado y que según Yasha, siempre tiene en la cara.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora