Nieve roja.
Moscú, Rusia.
Anastasia.
Llegar a Moscú mientras llueve no es nada cómodo, sobre todo porque nada más piso el aeropuerto, un sequito de hombres espera por mí para así llevarme a las instalaciones de la Organización donde Maxim me espera con un par de archivos en la mano que le da el paso a la libertad condicional de mis hermanos, los mestizos.
—Hay muchos documentos por firmar si te dicen que sí —comienza a decir mientras camina por su oficina, sacándose la chaqueta en el proceso. Permanezco con las piernas cruzadas, sentada en la silla sin mirarlo, mi atención puesta solo en los papeles que mis ojos no tardan en leer—. Esas son las cláusulas que no son negociables.
Se sienta frente a mí, tomando agua del vaso en el escritorio.
—Ni siquiera sabemos cual es su respuesta —ignoro el comentario, negándome a dejar salir todas las preguntas que abundan en mi cabeza—. No deberías apresurarte a los hechos, Maxim.
Sin embargo, a pesar de que suelto las palabras que parecen una maldita negativa, en el fondo tengo la esperanza de que ellos aceptarán mis condiciones y por consiguiente, las de los rusos.
—No estamos apresurándonos, sino que si llegan a aceptar, iniciaremos los trámites del viaje hoy mismo.
Suelto una sonrisa amargada que lo tiene observándome con curiosidad. Como si sacar a dos presos que cometieron masacres a su paso fuese tan sencillo. Lo dice como si hablara de un par de personajes que no tienen un mundo de enemigos fuera de estas paredes.
—Que rápidos —mascullo con sarcasmo.
—No tenemos tiempo que perder.
—Porque quieren llegar a Zinov. —Él asiente, ausente del atisbo de odio que destila mi voz—. Caso contrario a lo que sucede con Marcello.
Para cuando mantengo la vista fija en él, hace una mueca, probablemente hastiado porque cada que hablamos le recuerdo lo mismo.
Y siempre lo haré.
—No compares.
—El tiempo corre, Maxim. Y año nuevo está a menos de tres semanas.
—Sé eso. —Entrelaza sus dedos sobre la mesa—. Ayer enviamos un equipo que está esperando una orden para abordar al jefe de seguridad de Ibrahim —confiesa, teniendo toda mi atención en segundos—. Estamos haciendo lo que nos corresponde, Anastasia.
Evito su intensa mirada una vez la sensación de nerviosismo se instala en mi pecho. No quiero hacerme ilusiones, pero no aguanto las ganas de imaginarme el tener a Marcello junto a mí.
—¿Cuál es el trato sobre los mestizos?
Coloco los documentos sobre la mesa, ignorando su anterior confesión. Sabe que me mantiene alerta con el tema de mi esposo, pero no sabe los motivos y no le daré razones para ver a través de mí.
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DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓
RomanceLIBRO II [T-E-R-M-I-N-A-D-A] Crueldad y piedad. En la mafia no se perdona ni se olvida. Perverso. Manipulador. Sanguinario. Vil. Marcello Venturi ha regresado y esta vez mucho más peligroso que antes. El juego de poderes no ha terminado. De hec...