CAPITULO 19

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Peticiones silenciosas

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Peticiones silenciosas.

Marcello.

Dicen por ahí que lo bueno se hace esperar, y lo compruebo nada más veo a la mujer saliendo vestida de negro del hotel en el que se hospeda. El cabello lo tiene atado en una coleta que se mueve un poco con el aire que le da en el rostro mientras camina en dirección al auto en el que aguardo por ella.

Orazio me observa a través del espejo retrovisor, su mirada conocedora me hace girar el rostro antes de abrir la puerta del auto. Me bajo, encontrándome de cara con mi esposa, la cual me sonríe satisfactoriamente a sabiendas de que me tiene la mente hecha un desastre con la conversación que tendremos al llegar a mi hotel.

—Espero no haberte hecho esperar demasiado.

—Cuarenta y tres minutos —contesto mirando el reloj que rodea mi muñeca—. Con casi cincuenta segundos.

—Pero valió la pena.

Levanta el rostro, altiva. Compartimos una mirada antes que mis ojos caigan directo a su cuello, donde un llamativo collar de esmeraldas le cubre la piel, resaltando con tanta finura que me tiene observándolo más del tiempo necesario.

—¿Pasa algo? —A pesar de la pregunta que debería denotar preocupación ante mi sorpresa, es curiosidad lo que envuelve su voz—. ¿Te gusta mi collar?

—Es precioso.

—La persona que me lo dio tiene buen gusto.

Da un paso al frente, rozando mi brazo con el suyo. Por la mirada que me da, sé que me estoy perdiendo de algo alrededor de nuestra charla y por la forma en que las palabras se deslizan entre sus labios, como un delicioso secreto a voces, sé que trata de decirme algo.

—Después de ti —indico sosteniendo la puerta de la camioneta para que entre.

—Lo sanguinario no te quita lo caballeroso, Marcello Venturi.

Para mi sorpresa, ríe un poco, dándole una mirada a Orazio a manera de saludo antes de que nos perdamos en las angostas calles de la ciudad amurallada. Su atención no se aparta de la ventanilla del auto, al igual que la mía no se aleja del celular en un intento por querer concentrarme en algo que no sea ella.

No lo consigo.

Inhalando de más el perfume que llena el auto desde que ella entró, me encuentro volviendo los ojos hacia el lugar donde su anillo de bodas me recrimina en tanto la marca como mía al igual que el mío lo hace como suyo.

Su esposo.

Tanto que quise estrangularla cuando se llevó a Vittoria y terminé casándome con ella.

Dos veces.

Ella no me ha dicho nada alrededor del anillo que con segundas intenciones mandé a hacer, y ni siquiera parece importarle como si lo hace el de compromiso que delinea con sus dedos cada que tiene oportunidad, como si este si le importara, pero aquel no.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora