CAPÍTULO 53

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La ruleta del diablo

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La ruleta del diablo.

Anastasia.

Los dedos de Marcello ruedan mi anillo de bodas en mi dedo anular mientras mi cabeza yace en su pecho contando los minutos que faltan antes de que la alarma suene a las siete, avisándonos que debemos comenzar a arreglarnos para salir de mi casa.

Al despertar a las seis, me miraba con una extraña sonrisa en el rostro que no comprendí hasta que vi su anillo en su dedo anular al igual que en el mío. Él simplemente los tomó, se puso el suyo y puso el mío en su lugar aprovechando mi sueño, pero no dijo nada cuando desperté, solo me besó y comenzó a jugar con mis dedos mientras me abrazaba.

—¿Ya recordabas algo cuando le pediste al mismo sacerdote del año pasado que nos casara? —Suelta una carcajada que retumba en la habitación, mi cabeza sube y baja conforme lo hace su pecho, haciendo que lo mire mal—. No te rías, idiota.

—No recordaba mucho, realmente pensé que eran alucinaciones mías porque el terapeuta dijo que podrían aparecer —confiesa con calma y me relajo—. Me llamaron de la Catedral para preguntarme por qué iba a casarme dos veces con la misma persona.

Eleva una ceja cuando lo miro.

—Mira que eres bien afortunada, eh. —Oculto una sonrisa a medias—. Me amarraste dos veces, diavolessa.

—Seguro eso no fue lo que pensaste cuando te llamaron.

—Quería arrancarle la cabeza a alguien porque no hallaba las respuestas en la mía —zanja, mirándome—. Luego François llamó y supe que tenía razón al ver más en mis sueños que simples alucinaciones. Por eso también pedí los anillos.

—Lo del sacerdote me sorprendió, pero nunca vi los anillos así que supongo que solo ignoré lo demás.

El silencio se instala entre ambos, pero no es nada incómodo, solo acogedor. Sin embargo, no dejo de pensar en lo que nos espera en unas horas y es por eso que me aferro a los segundos que pasan, queriendo que el tiempo se detenga para no salir de aquí porque quiero quedarme en el mismo lugar en el que estoy ahora, temiendo lo peor.

—Hay algo de lo que tengo que hablar contigo.

Su voz llama mi atención y me incorporo, trayendo conmigo parte de la sábana que deja su torso desnudo a la vista, al igual que las líneas del abdomen que se le marcan y me llevan a bajar la mirada a un punto en especifico que a pesar de estar cubierto por la ligera tela, me conozco a la perfección.

—Anastasia, te estoy hablando. —Una perversa sonrisa evoca en mis labios luego de morderlos, percatándome de la dureza que sobresale por la tela—. Anastasia.

—¿Y si me dices después?

—No, ven aquí. —Me tira hacia él, haciéndome rodar los ojos, pero no me muevo—. Añadí un invitado más a la lista para la asistencia de esta noche.

DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora