Memoria de un amor

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Fue tres años atrás, los Van Durguen tenían años luchando para adaptarse a la nueva imagen que brindaban a sus subordinados, las mujeres no cambiaron mucho, y era un deleite observar a Lila, la pequeña Violet y a Olivia alternando entre sus tradicionales batas con estampados coloridos y aquellos vestidos coloniales, pero Guilt era quien más sufría acostumbrándose al uniforme militar, a los pantalones que ajustaban sus piernas y que limitaban sus movimientos; Red por su parte se había rehusado a seguir los protocolos de la Realeza y se paseaba en sus coloridas batas con su largo cabello suelto en eventos sociales y juntas formales, respondía al nombre Red y los medios ya hablaban de la llamativa belleza de su nuevo heredero y discernían sobre si se trataba de un príncipe o una hermosa princesa, por lo tanto únicamente lo llamaron Heredero, pero nadie ponía en discusión la belleza de aquel ser de dudoso título, con quince años, acababa de convertirse y su transformación había sido noticia del reino, la poca popularidad de la nueva Familia Real era salvada por la reluciente sonrisa y la belleza celestial del Heredero.

Fue en una fiesta en la mansión donde se vieron por primera vez; Friedrich Fellington, el único hijo de Caesar Fellington quien fuese antiguo amigo de Olivia, asistía a su primera fiesta Real y era bien sabido que Caesar tuvo un hijo de una mujer a la que le ofreció buen dinero para ser su consorte momentáneo, solo para poder dejar el apellido Fellington y su barco a alguien de su sangre.

Fred paseaba con la emoción de un niño entre los invitados, observando los trajes elegantes y las luces, era un mundo que pocas veces tenía el placer de surcar; fue entonces cuando lo vió, aquél hermoso ser se encontraba sentado en la mesa de honor, parecía una escultura, pálido, de larga cabellera negra y alargados ojos púrpuras, la serena escultura observaba a los invitados bailar, pero Fred notó que detrás de su sonrisa parecía triste, aburrido así que se acercó a él con la misma osadía que había aprendido de su padre.

— Vaya, creí que eras parte de la decoración. —comentó Fred, Red se volvió al intruso con mirada sombría.

— ¿Disculpa? —preguntó con una voz suave, delicada, ligeramente grave, hipnótica, Fred se petrificó, de cerca esa criatura se imponía como digno representante de su estirpe.

— Perdón, más bien era, ¿por qué no bailas? — preguntó Fred, Red meditó su respuesta y miró a los lados preguntándose porqué los guardias no alejaban a ese pelirrojo.

— Se perdería el ritmo, ya están todos bailando —Fred volvió a ver a los invitados bailando, notó una constante en la danza.

— ¡Oh! Es porque no tienes con quien bailar, lo entiendo. —dijo Fred al notar que todos bailaban en pareja, Red arqueó las cejas.

— ¿Qué? No... —respondió Red.

— No te preocupes, yo bailaré contigo. —respondió Fred levantándose de la silla frente a Red y extendiendo su mano con una amplia sonrisa traviesa.

El heredero lo miró sorprendido, «¿qué clase de plebeyo irrespetuoso era ese tipo?», pero parte de sus inseguridades y dudas se opacaron con los brillantes ojos bicolor del pelirrojo, tomó su mano y de inmediato Fred lo llevó al centro de la pista donde rápidamente retomaron el ritmo de la danza.

Red era notoriamente más bajo que Fred y de apariencia ambigua, pero Fred tenía la idea de que aquel ser era la princesa más hermosa que jamás hubiese visto, era delicada e imponente a la vez, con un exquisito aroma a flores silvestres.

Lo que ambos tuvieron fue instantáneo; después de esa danza ambos se escabulleron fuera de la fiesta, Red le mostró inocentemente los jardines reales, su lugar favorito en la mansión pero Fred comenzaba a sucumbir a sus instintos.

Justo ahí bajo la luz de la luna, en los jardines de la mansión Van Durguen, Fred besó a Red; el heredero sabía lo peligroso de esa acción pero se dejó llevar, el marino sutilmente escondió su travesura escondiéndose en uno de los laberintos donde por el momento estarían solos, así que comenzó a juguetear entre las curvas de la esbelta figura de Red, su pecho era plano pero Fred lo atribuía a la genética y juventud de su nuevo amante, algo extraño comenzó a notar Red, el marino comenzaba a acercarse a zonas peligrosas, y él mismo comenzaba a perder el control de sus instintos así que también paseaba por zonas peligrosas del atrevido invitado, llegado el momento Fred llegó a la entrepierna, y algo abultado lo hizo sobresaltarse, ambos se separaron y se miraron con sorpresa, uno por el atrevimiento de su compañero y el otro por el descubrimiento.

Verso de Guerra [Poema de Creación y Destrucción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora