Capítulo 37: Mala Idea

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...A veces nosotros mismos no estamos conscientes de lo que sentimos, pero no hay duda de que el lenguaje corporal lo deja más que claro...



Pov. Zarek

No puedo creer que esta chica me haga sentir deseos de poseerla desde este baño hasta el pasillo, la sala, la habitación, el patio, no quiero tener ningún lugar que no me recuerde al placer que puedo brindarle.

Y mientras la aprisiono con mi cuerpo lo único que puedo pensar es en lo bien que se sentiría estar dentro de ella, hacerla gritar mi nombre de puro placer y que caiga entre mis brazos cuando su cuerpo pierda la fuerza y no pueda continuar más.

Sus trabajadas piernas se enrollan en mi cintura cuando la cargo y su gemido en opacado por mi boca cuando la siento sobre mi miembro, haciendo que odie mucho más los pantalones, si no fuera por esa prenda ya estaría dentro de ella haciéndola suplicar una y otra vez por más.

Liberé sus labios y comencé a besar su cuello, sus dedos se hundieron en mis cabellos no permitiendo que me alejase de su piel, le aseguro que no lo haría, su cuerpo se estremeció bajo mis caricias.

Subí a su oído y ella inclinó su cabeza hacia atrás.

— ¿Desde cuándo te preocupa pasar un momento incómodo conmigo? —pregunté en un susurro y la sentí jadear cuando llevé una de mis manos a sus senos, apretándolos.

Se siente tan bien tenerla de esta manera.

— Zarek —Mi nombre sale de sus embriagantes labios y comienzo a desesperarme de no verla desnuda.

Por Zeus, debería ser ilegal que esa ropa cubriese su hermoso cuerpo en mi presencia.

Y justo en el momento en que pienso acabar con todas esas ropas de un solo tirón los golpes en la puerta se hacen presente.

Odio con mi oscura alma que las personas interrumpan estos momentos.

¿Acaso están en contra de que la haga disfrutar como nadie más podrá hacerlo?

Pueden irse al mismísimo infierno, que allí se encuentren con Adara, solo que ella irá por muy distintas razones.

— ¡Ara! —El grito de los que están afuera se hace presente.

— No abras —vuelvo a susurrar a su oído.

La separo de la pared, colocando ambas manos en su delicioso trasero y ella se frota contra mí, mientras yo comienzo a simular embestidas, algo que casusa que de ambos salga una maldición cuando esas personas siguen llamándola a voz en cuello.

— Odio la ropa —comenta ella y sonrío sobre su piel.

— Ya me entiendes.

— ¡Ara! —esto comienza a exasperarme.

Sobre todo cuando la parte del raciocinio de mi acompañante se hace presente, haciendo que me de unos golpecitos en los hombros y pidiendo que la baje.

Me sigo cuestionando como rayos esta mujer puede parar estos momentos y no mandar a tomar por el culo a todos los que nos interrumpen.

Yo lo hago.

Con disgusto obedezco ante su petición, sé que debe atender a las personas que están afuera.

¿Algún día llegará el momento que no nos interrumpan?

Ella se arregla y se mira en el espejo nuevo que compró (ya que el otro yo lo había destrozado) y sale del baño.

Gruño con disgusto cuando noto que tengo un problema nada pequeño por solucionar, por lo menos su imagen me servirá de ayuda.

< Si supiera las asquerosidades que piensas no te volvería a hablar. >

Agradezco que no es posible que ella logre leer mi mente y que hasta mi conocimiento no hablo dormido.

(...)

Salgo del baño y me coloco un pantalón, miro la camisa blanca que descansa dentro de la gaveta donde me había hecho un espacio para mis ropas, hago una mueca y la tomo colocándola sobre mi cuerpo.

Tengo hambre, buscaré algo de picar, porque si no el gruñido de mis tripas los podría oír en el Olimpo. Me dirijo a la cocina y entro en esta, voy al refrigerador y una sonrisa se asoma a mis labios al ver un paquete de galletas rellenas con vainilla.

Está decidido que en mi estómago no caben los alimentos amargos o secos, me gustan mucho los dulces, abro el cartucho y me dispongo a ir al cuarto para poder comerlo pero cuando estoy al punto de volver sobre mis pasos e internarme al pasillo oigo una voz desconocida para mis oídos hacerse presente.

— ¿Quién es ese? —volteo mi mirada hacia la dirección de la que había provenido y veo que estoy a la vista de las personas que están en la sala.

Se encuentra la chica de ojos verdes, la de cabello bicolor, la morena que me acaba de dejar de una cruel manera en el baño apenas minutos atrás y un chico, pelinegro, piel casi pálida, alto, pero no llega a mi tamaño.

Me mira con el ceño fruncido y le doy una mirada tajante al verlo demasiado cerca de Adara, esta me mira con incredulidad y yo me encojo de hombros.

— Tenía hambre —gesticulo con la boca y rueda los ojos queriendo dar una impresión enfadada pero una leve sonrisa en sus labios la desmiente lo cual causa una en los míos.

Ahora no me da el deseo de ir a la habitación y vuelvo a la cocina comedor, sentándome a la mesa, donde tengo clara vista de las personas que se encuentran en la casa.

— ¿Quién es? —indaga el joven que debe tener la misma edad que Adara.

— Un amigo —frunzo el ceño ante esa frase.

— ¿Amigo? —Su mirada viaja hasta mí y levanto una ceja en su dirección, que se mida en lo que vaya a decir, porque puede que no vulva a ver el Sol.

Keyla asiente ante su interrogante y siguen hablando de un trabajo, admito que hay muchas cosas que no entiendo, comunicación social (que fue como oí que nombraban la carrera que están estudiando) no es exactamente lo mío.

Sin embargo hay algo que no me agrada, ese sujeto está demasiado cerca de Adara, y noto que le sonríe bastante, cosa que no pasa con Keyla e Iria.

Está sentado a su lado, no tengo idea en que momento comencé a apretar mis puños, pero solo cuando siento un leve dolor en mi mano es que me doy cuenta que estoy oprimiendo demasiado mis manos.

Ojalá pudiese hacer lo mismo con la cara de ese imbécil.

Adara no se está dando cuenta de las intenciones de ese chico, pero yo que soy hombre sé que no es precisamente flores lo que ve cuando sus ojos se posan en ella.

En un momento Adara está escribiendo en una libreta y su cabello cae sobre su rostro, lo aparta pero el mechón rebelde vuelve a la posición, cuanto quiero ser yo quien le ayude con su cabello, y de paso acariciar la piel suave de sus mejillas.

Pero el chico a su lado se encarga de hacer eso, en cuanto sus manos se posan sobre su piel siento mi sangre hervir, ¿quién le dio el derecho a tocarla?

Mi puño impacta sobre la madera de la mesa, causando un fuerte sonido y haciendo que las cuatro personas en la sala volteen en mi dirección.

Ha sido muy mala idea traer a ese tipo aquí, si la vuelve a tocar juro que no me contengo.

¿Qué se ha creído este imbécil?




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Zarek ¿pero que ha pas'o?😅😳


¿Que piensan del capítulo?😉


Hasta el próximo capítulo💜

Zarek. Mi Dios Griego personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora