26: Compromiso a la vista

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Roma, Palacio del Emperador, 21 de marzo del año 23 a.C.


Julia escuchaba los susurros, caminaba por los pasillos y los silenciosos murmullos de todos los sirvientes la perseguían, no lo soportaba. Estos últimos días solo tenía ganas de que se callaran de una vez, ojalá todos se murieran y pudiera estar rodeada de silencio. Pero eso no estaba sucediendo, así que solo podía poner su peor cara y retar a cada sirviente que escuchara.

Los odiaba, su nombre era mencionado por esas personas, pero no lo hacían con reverencia o miedo, sino con lástima. Y si los esclavos tenían lástima de ti, era haber caído muy bajo y no lo soportaba. Lo peor era que cada historia contada por esos mugrientos sirvientes, no coincidía con la que le había contado su amado esposo.

Hace dos días había entrado a su recamara para encontrar a su esposo, Marco Claudio Marcelo, siendo atendido por una sirvienta menor. Enseguida y escandalizada había echado a la infeliz y ella misma decidió tratar la herida en su mandíbula, el labio ya no sangraba pero estaba hinchado y su piel comenzaba a adquirir un color violeta.

¿Qué pasó? —había interrogado frenética, mientras pasaba un trozo de tela húmeda sobre su labio roto.

Él había hecho una mueca, tal vez por el dolor o tal vez irritado por la pregunta, Julia no lo sabía. Prefirió seguir pensando que era por el dolor, su marido no podía estar cansado de ella, su marido la amaba como ella a él, era mutuo.

El estúpido de Tiberio se quiso hacer hombre —escupió con disgusto, Julia de forma inconciente presionó la tela un poco más fuerte—. ¡Me lastimas! ¡No seas bruta mujer! —gritó molesto.

Julia se mordió los labios ante el grito y el insulto de su marido, esperó para ver si él se disculpaba pero nunca salió nada de sus labios solo murmullos que denotaban su molestia.

Lo siento —dijo ella a cambio.

Pero sus dedos se pusieron blancos cuando apretó con fuerza la tela entre sus manos ante el dolor que sentía. Su marido debía estar realmente molesto para hablarle así, nunca lo había hecho, siempre la había tratado bien. ¿Qué había hecho Tiberio?

¡Deja! —gruñó el hombre cuando ella intentó seguir cuidándolo—. No sirves para eso.

Sintió como las lágrimas la amenazaban, pero no las dejó salir, prefirió cambiar de tema.

¿Qué hizo Tiberio? —interrogó a cambio, no quería que su voz saliera quebrada. Debía contener las lágrimas.

Su esposo pareció consumirse por la rabia ante la mención del noble romano.

Estaba poniendo a la sucia egipcia en su lugar y ese imbécil la defendió y me golpeó de la nada —escupió con odio.

Julia se indignó. Debía suponer que ese intento de princesa estaba en el medio del lío, siempre estaba ella. Y para nadie pasaba desapercibido que con el joven Tiberio se llevaba muy bien, Julia ya había notado el disgusto que tenía Livia ante las acciones de su hijo. No dudaba ni por un segundo que la esposa de su padre haría algo para evitar que esa situación extraña siguiera avanzando.

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