28: La caída del Heredero

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Roma, Palacio del Emperador, 3 de abril del año 23 a.C.


Tres días. Tres días habían pasado desde que el mundo de Julia se derrumbó, así cómo se había derrumbado su marido en el suelo.

Julia acarició el rostro sudoroso de Marcelo, en un vago intento de consuelo, pero él ni lo sentía ya que desde hace tres días, su marido permanecía inconsciente, luchando por su vida y batallando con episodios de fiebre muy alta y otros no tanto. Pero nunca despertando.

El médico del palacio había dicho que se había contagiado con la peste que estaba circulando hace semanas en la ciudad y Julia maldijo, ojalá hubiera echado a esas dos sirvientas mucho más rápido. Ojalá nunca les habrían permitido entrar, ellas habían traído la enfermedad cuando salieron a visitar a sus familiares, ellas eran las culpables por ser pobres. Entendió que a los pobres no había que tenerles misericordia, ellos solo ocasionan desgracias y no estaban a la altura de personas como ellos; la esclavitud estaba muy bien y deberían dejar de ser benevolentes con personas así, si nunca les hubieran dado la bondad de visitar a su familia, nunca habrían esparcido la peste. Los esclavos no tenían derecho a una vida que no sea solo servirlos. Cuando toda esta pesadilla terminara, Julia convencería a su padre de esto.

—Mi amor, no me dejes —pronunció afligida.

Volvió a acariciar su rostro dormido y siguió esperando que algo cambiara.


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El Emperador Augusto estaba silencioso mientras pensaba, Livia lo observaba de reojo y seguía hablando en susurros con su hijo Druso, quien estaba un poco asustado de que él también esté contagiado ya que había pasado los últimos días con Marcelo. Pero Livia intentó tranquilizarlo, nadie más había presentado síntomas así que debían estar bien.

Al contrario de Livia, Augusto no estaba tranquilo ya que su hija no quiso abandonar a su marido a pesar de que se contagiará si tenía contacto. Pero ella había sido terca, así que ambos habían quedado aislados sin contacto con nadie más que el doctor que visitaba a Marcelo de vez en cuando para observar cómo seguía.

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