14: Esclavos de la sangre

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Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 7 de abril del año 24 a.C.


Cuando ingresó a su carpa, solo sentía la necesidad de destruir todo el lugar. La rabia y la bronca lo consumían y no sabía cómo hacer para que esos sentimientos abandonaran su sistema.

Escuchó pasos que se aproximaban, parecía que alguien venía corriendo a su encuentro. Era lo que menos necesitaba en este momento, quería estar solo, quería desahogarse. No soportaría las burlas, no ahora. No cuando todas sus emociones estaban a flor de piel.

—¿Es verdad? ¿Eres el príncipe egipcio? —interrogó la voz bastante agitada.

Alejandro se mordió la lengua. Quería llorar no enfrentar cuestionamientos sobre algo de lo que no quería hablar.

—¿Entonces es verdad? —insistió.

—Vete Domitio —contestó frío intentando que capte la indirecta.

Pero no lo hizo. Debió suponerlo, Domitio no era de los hombres más brillantes y rápidos.

—Hombre, no puedo creer que eres hijo del general Marco Antonio y la reina de Alejandría —pronunció totalmente emocionado—. ¿Por qué nunca lo dijiste? —no había acusación en su tono, solo curiosidad.

Alejandro volteó para verlo y notó como Alair y Lucano acababan de llegar, los dos se quedaron parados detrás de Domitio, mirándolo fijamente pero sin hacer ningún movimiento.

—Quiero estar solo, váyanse —repitió, pero esta vez sonó más duro.

Había algo extraño en la mirada de Alair, parecía algo así como el entendimiento; en cambio, Lucano tenía una seriedad y frialdad única. De todos modos, Alejandro no le prestó atención a ninguno de los dos, solo se estaba conteniendo, no quería explotar frente a extraños, pero le estaba costando demasiado y lo peor es que Domitio seguía insistiendo.

—Esto es increíble, ¡quiero que me cuentes todo! —exclamó Domitió totalmente ajeno a su estado al borde del colpaso—. Dicen que Alejandría...

Fue suficiente. Era mucho y él no podía soportarlo. Recién se da cuenta que el maldito de Manio Cornelio Escipión ganó, logró perjudicarlo. Y ahora perdió toda la tranquilidad que tenía y sus miedos e inseguridades están sobre la superficie, arañando debajo de su piel y Alejandro, simplemente las deja salir.

—¡¿Qué?! ¿Qué quieres saber? —gritó totalmente fuera de sí. Domitio se quedó callado al instante, estupefacto por la agresiva reacción—. ¿Cómo un esclavo del Imperio romano entró al ejército? ¿Cómo antes era un príncipe y ahora no soy nada? ¿Cómo perdí todo? ¿Cómo terminé sirviendo al ejército que mató a mi familia, destruyó a todo mi pueblo y me esclavizó? ¡Eso es lo que quieres saber! —gritó encolerizado.

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