16: La carta

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Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 5 de mayo del año 24 a. C.


El frío había comenzado a desaparecer y la temperatura comenzaba a elevarse muy lentamente, eso se debía a que seguían cerca de la costa, pero cuando abandonen la Isla y regresen a tierra continental, la temperatura sería más agradable.

El mar también estaba más tranquilo y todos lo agradecían, nadie quería regresar y tener que enfrentarse a una tempestad, ya que tendrían cerca de dos días de viaje en barco hasta llegar al puerto de Tropea. Luego, todavía quedaría un largo viaje por tierra, cada uno a su hogar; los que habían logrado ingresar como legionarios tendrían tiempo hasta octubre para estar junto a su familia y después, se unirían oficialmente al ejército durante dos décadas como mínimo.

—¿Era lo que querías? —interrogó Alair cuando se sentó a su lado.

Ambos estaban sobre un fardo viendo como todos iban y venían mientras terminaban de ordenar sus cosas y guardaban el campamento. Mañana partirían cada uno a su nueva vida.

Alejandro lo miró de reojo. No habían hablado después del suicidio de Lucano, cada uno tuvo que dar su versión de los hechos ante las autoridades, pero no se habían cruzado. Solo Alejandro se acercó una vez para agradecerle por salvarle la vida, pero ahí había quedado todo.

—No, pero era lo que tenía que hacer para sobrevivir —respondió el egipcio. No tenía caso mentir cuando él mismo podía hundirlo.

Claro que no era lo que quería. Nunca estuvo en sus planes unirse al ejército que masacró a todo su pueblo, ¿para qué? Para terminar haciendo lo mismo con otras personas. Pero la vida siempre te sorprende y muchas veces te da la espalda, así que debes cambiar la dirección y buscar otra solución. Tal vez no era la mejor, sin embargo, fue la única que encontró Alejandro para poder salvar a Selene, la única familia que le quedaba, la persona que más amaba.

—Supongo que somos más parecidos de lo que creía —contestó Alair, casi divertido, pero era una diversión irónica.

Alejandro asintió. De alguna forma, los dos eran esclavos y encontraron en el ejército romano algún tonto intento de libertad, ya sea para proteger a su hermana o para tener un trabajo y poder sobrevivir.

—Me salvaste la vida, así que te debo... —comenzó Alejandro, pero Alair lo interrumpió al instante.

—Tú también me salvaste la vida —dijo, pero el príncipe lo miró sin comprender—. No me delataste y pudiste haberlo hecho, no me debías nada en ese entonces. Sin embargo, no lo hiciste y yo sigo vivo gracias a eso —terminó. También estaba agradecido.

Alejandro sonrío casi triste y volvió a mirar el lío de personas que iban de un lado a otro.

—Supongo que tienes razón, somos muy parecidos —Alair también rió.

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