65: Prisioneros

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Germania, 27 de diciembre del año 18 a.C.


Había pasado una semana completa desde que habían llegado al campamento en Germania. No habían entrado en contacto violento con los queruscos aún, pero era algo que ocurriría tarde o temprano. Mientras algunos todavía terminaban de armar el campamento, otros pequeños grupos de legionarios salían a realizar pequeñas expediciones alrededor del lugar no solo para conocer el terreno sino también para evitar cualquier ataque. De esta forma, habían ido tomando prisioneros a germanos que se encontraban merodeando cerca de ellos, aunque la mayoría eran mujeres y niños.

Sin embargo, los altos mandos habían ordenado encadenar a cualquiera, ya que sabían que los guerreros queruscos mandaban a mujeres y niños para investigar, justamente porque parecían inofensivos. Pero todos estaban de acuerdo en que no era así, las mujeres eran igual de peligrosas que los hombres y los niños eran entrenados desde pequeños, eran igual de letales, así que no había que tenerles compasión.

Alejandro no había dejado de notar que la mujer de hermosos ojos celestes siempre susurraba algo a los demás prisioneros, pero lo hacía cuando no había nadie cerca o cuando creía que nadie la veía. Quería parecer inocente, una bella joven inofensiva, pero él lo sabía muy bien, la mentira que había detrás porque había visto el enojo y la rabia en ellos la primera vez. Esos sentimientos no se iban así nomás, sólo se ocultaban, pero se hacía porque había otro propósito detrás y Alejandro estaba seguro que ella estaba planeando algo.

Tal vez todos lo sospechaban porque habían intentado hacer hablar a los prisioneros para sacarles información, pero nadie había abierto la boca. En realidad sí lo habían hecho, pero soltaron palabras en un idioma que nadie entendía. Día tras día había sido la misma decepción, ya habían llamado al traductor para poder ayudarlos, pero tardaría en llegar. Estaban estancados y necesitaban avanzar, pero estaban en un terreno desconocido y tampoco tenían aliados, así que fue difícil.

La noche había vuelto a caer y con ella el frío que amenazaba con asesinarlos. Alejandro se calentaba en una de las innumerables fogatas, los prisioneros estaban a unos metros de él, alejados del fuego y seguramente padeciendo la helada noche.

—Haber si un poco de frío los ayuda a hablar o los calla para siempre —dijo un legionario al pasar junto a los prisioneros.

El grupo siguió de largo, pero riéndose a carcajadas, se alejaron a dormir o a otra fogata, a Alejandro no le interesaba. Permaneció solo, no conocía a casi nadie aquí, eran muchas legiones todas juntas, tampoco le interesaba entablar relación con los demás.

—Verflucht* —pronunció la rubia de ojos celestes.

Fue demasiado bajo e imperceptible, pero cargado de un odio visceral tremendo. Nadie hubiera sido capaz de captarlo, pero por alguna razón, Alejandro era hiperconsciente de todo lo que hacía la prisionera.

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