36: Tiempos convulsos

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Roma, Palacio del Emperador, 17 de julio del año 23 a.C.


—¿Qué haremos? —interrogó Agripa.

Augusto no contesta al instante, sino que se queda pensando, un paso en falso y todo podría complicarse. La situación del Imperio no es la mejor, una crisis política lo atraviesa debido a ciertas conspiraciones que se fueron gestando desde las sombras en contra del Emperador. El problema que originó dicha crisis o que al menos han utilizado como excusa quiénes están en contra, es el problema de la sucesión. Hace varios años, Augusto había llegado a un acuerdo con el Senado, donde al primero se le concedían varios poderes para salir de la crisis que vivía la República y fue así cómo nació el nuevo sistema de gobierno y Agusto se convirtió en Emperador. Todo iba bien hasta que surgió esta nueva crisis política y todo porque no había herederos; Augusto no había tenido ningún hijo varón en ninguno de sus tres matrimonios, solo una hija: Julia. Entonces el Emperador la utilizó a ella para traer a los nuevos herederos, fue ahí cuando la casó con Marcelo y lo eligió para ser su sucesor, pero desgraciadamente el matrimonio no tuvo hijos y él terminó muriendo. Así que el Senado volvió a presionar y a ponerse nervioso y la situación empeoró aún más cuando Augusto enfermó, muchos senadores temieron que muriera sin dejar un sucesor claro para heredar, ya que eso desataría una guerra por el poder con bastante derramamiento de sangre, y no querían una repetición de lo que pasó después de la muerte de Julio César*.

Por suerte, la situación había mejorado levemente cuando Augusto se recuperó. Dicho milagro lo había logrado un médico griego que la misma Livia hizo traer hasta Roma, segura de la buena fama que el hombre tenía. Y había cumplido, a los pocos días el Emperador estaba como nuevo otra vez. La tranquilidad volvió al palacio, pero no al Imperio.

—La respuesta más lógica es casar nuevamente a Julia con otro hombre —continuó Agripa.

—Mi hija volverá a casarse, solo le estoy dando un tiempo para realizar su duelo —respondió por primera vez, Augusto.

Agripa asintió, entendiendo lo que quiso decir Augusto, que ahora era más importante descubrir quién o quiénes estaban detrás de la conspiración.

—¿Confías en él? —interrogó Agripa.

A los pocos días que Augusto había vuelto a sus funciones, el magistrado Calpurnio Pisón había aparecido en el palacio solicitando una reunión privada con el Emperador, aduciendo tener información importante. La situación política ya estaba bastante complicada y como Pisón era de la fracción republicana, contraria a la de Augusto, el Emperador temía que si no lo recibía sería mal visto y la situación se agravaría. Así que se reunió con él y Pisón habló, declaró que el cónsul Aulo Terencio Varrón Murena era quien estaba detrás de todos los rumores contra Augusto y quien estaba movilizando la conspiración para debilitarlo y derrocarlo del poder.

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