41: Punto de inflexión

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Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 08 de febrero del año 22 a.C.


Los obsequios habían comenzado a llegar desde que Attis había rechazado la invitación del Emperador, cada día uno diferente, la meretriz los aceptaba pero seguía negándose al pedido. Contra todo pronóstico, cada negativa no ocasionó el enfado del hombre más poderoso, sino un interés mayor y los regalos se volvían más costosos.

—No lo entiendo —dijo Tais, mientras miraba a su compañera guardar lo último que había llegado, una costosa tela morada—, cualquiera de nosotras que se hubiera atrevido a rechazar al Emperador, estaría muerta o relegada al olvido —continuó asombrada—. Pero tú lo has hecho durante una semana y él parece cada día más interesado.

—Te lo dije, no moriré como una prostituta, yo no soy como ustedes —respondió con suficiencia—. Conseguiré todo lo que quiero y más, no preciso de tus tontos consejos —terminó.

Tais la miró estupefacta y sintió no solo rabia, sino la necesidad de responderle. Pero Attis no le dio tiempo, apenas terminó de ponerse los pendientes más costosos que Augusto le había regalado y ponerse la palla más fina y delicada, salió de la habitación. Ella prosperaba en la belleza y en la mirada envidiosa de todas las demás meretrices, que no podían creer su suerte, quienes antes se burlaban de ella, ahora lloraban con su triunfo. Attis sonrió, ella amaba ser el centro de atención.


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Roma, Palacio del Emperador, 25 de febrero del año 22 a.C.


La mujer la había mirado con lástima cuando le respondió de forma negativa. Livia no había podido soportarlo, ella siempre tan serena y educada, manteniendo la calma en los momentos más tensos y delicados, pero esta vez la echó a los gritos; no quería la lástima de nadie. Estaba totalmente furiosa y ni siquiera su fiel sirviente se atrevió a entrar, la dejaron descargarse en su propia soledad.

Se derrumbó en el suelo, sin importarle el decoro o la posible suciedad del suelo, Livia lloró desconsoladamente, mientras las palabras de la partera se repetían una y otra vez en su cabeza: "No hay un niño, tu vientre está vacío".

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