31: Identidad

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Estancia de la familia Agripa en el Lacio, 20 de abril del año 23 a.C.


La joven mira al hombre inconsciente que yace en la cama de una de las habitaciones destinadas para los invitados; es joven y a pesar de las heridas le resulta bastante hermoso, siente los nervios de quien se enamora por primera vez.

Ella lo había divisado en el suelo al costado del camino, mientras se dirigían a Roma. Obligó a toda la comitiva a frenar y ayudarlo, la esposa de su padre se había negado, aduciendo que podía ser un impostor o un ladrón, ella la ignoró. Le rogó a su padre, intentando convencerlo de que seguramente no era un ladrón, sino que había sido asaltado por ladrones, su padre terminó cediendo para el disgusto de su esposa.

El hombre estaba mal, tenía varias heridas pero la peor parte era un golpe en la cabeza. No sabían cuánto tiempo había pasado desde el ataque, pero sabían que si no recibía atención médica de inmediato, seguramente no vería otro día. Por suerte, unos kilómetros más adelante, había una estancia que le pertenecía a su padre, así que después de insistir, ella logró que su padre subiera al joven herido a una de las carretas y terminan dirigiéndose a la estancia para que sea atendido. El médico del lugar revisó sus heridas y las sanó, pero el golpe en la cabeza había sido fuerte y les comunicó que solo quedaba esperar a que despierte, si lo hacía.

La esposa de su padre se enfadó y no estaba dispuesta a quedarse, ya que quería seguir con el viaje a Roma e intentó convencer a su marido de que la acompañase porque su hijastra estaba decidida a quedarse con el hombre herido hasta que se recuperara. Su padre intentó convencerla, pero se negó, así que no le quedó otra que discrepar con su esposa.

—Ve tú a Roma, yo te alcanzaré en unos días, cuando esto se haya solucionado —había dicho su padre.

Ella sonrió mientras veía a la esposa de su padre partir colérica y sola hacia Roma.

—¿Sigue sin despertar? —interrogó su padre al entrar a la habitación.

—Sigue igual —respondió desanimada.

Su padre tarareó como respuesta y se acercó a ella, que estaba sentada junto a la cama del desconocido.

—Hija, es la hora del almuerzo. Vamos a comer —pronunció su padre.

—Pero quiero estar aquí cuando despierte —contestó ella a cambio.

—Lleva días sin despertar, no creo que justo lo haga cuando te vayas por unas horas a comer —contradijo el hombre.

Ella hizo un puchero, no quería, pero su padre tenía razón. Mientras que Agripa, no entendía la terquedad que su hija mostraba por este desconocido, pero podía imaginarse que en realidad, no era tanto por el hombre en sí, sino que el hombre era la excusa perfecta que su hija encontró para no viajar a Roma. A pesar de que a ella le gustaba la ciudad, se había negado a viajar desde un principio, solo para hacerle la contra a su esposa. Y él no entendía porque su niña odiaba tanto a su madrastra.

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