Roma, capital del Imperio Romano. Palacio del Emperador, 19 de octubre del año 24 a.C.
Intentó imaginar dónde podría haber ido su hermano tan temprano, pero no se le ocurría nada. Ya era cerca del mediodía y Alejandro había partido a las primeras horas de la mañana, claramente sin decirle y eso la ponía nerviosa. Su hermano tenía secretos que no estaba dispuesto a revelarle para supuestamente protegerla y también, para proteger a sus contactos, ya que era mejor que el Emperador no se enterase que tenían ayuda externa.
Apretó con fuerza la carta en sus manos, Juba le había escrito hace unos días atrás aduciendo que había tenido que enfrentar algunos "inconvenientes" y por eso, se había demorado en contestarle. Sin embargo, nunca mencionó que tipo de "inconvenientes", ella interrogó a Alejandro y él solo le dijo que había escuchado rumores de que en el reino de Numidia las cosas no estaban muy bien, pero que intentaría averiguar más.
Había algo con toda la situación de Juba que la molestaba, no solo era el hecho de tener que casarse, sino algo más. Algo le estaban ocultando y no entendía el por qué. Odiaba el sentimiento de que todos estuvieran manejando su vida y ella no pudiera tener ni un punto de decisión, solo estaba aquí encerrada mientras todos iban de un lado al otro y ella los veía pasar; todos vivían y ella solo era una espectadora.
Frustrada, guardó la carta y se dirigió a la ventana. La lluvia no cesaba y habían aparecido los primeros problemas: las inundaciones. Debido a las semanas de constantes lluvias, el río Tíber se había desbordado y muchas tierras que estaban en sus inmediaciones habían sido cubiertas por el agua. La mitad del Lacio estaba bajo agua y desgraciadamente, justo eran las zonas cultivables, así que toda la cosecha de granos se había perdido. Las personas más pobres comenzaban a tener hambre y los alimentos escaseaban, si no se solucionaba pronto, podrían comenzar las revueltas.
—Selene, ¿estás aquí?
El llamado en la puerta la hizo sonreír y la sacó del aburrimiento en el que se estaba sumiendo.
—Sí Tiberio, adelante —pronunció.
El joven romano sonrió cuando vio a Selene, pero ella notó su rostro cansado y la preocupación en sus ojos.
—¿Qué sucede? —interrogó.
Él suspiró derrotado al no poder engañarla y ella frunció más el ceño.
—¿Puedo? —cuestionó a cambio, mientras señalaba el kline* rojo que se encontraba a un costado de la habitación.
Selene asintió, pero apenas Tiberio se sentó, ella se colocó a su lado; todavía esperando una respuesta.
Él llevó ambas manos a su sien y se masajeó, intentando liberar un poco de estrés.
—Todo está tan mal —dijo de repente—. El trigo estaba a punto de cosecharse, pero todo se perdió con las inundaciones —negó con la cabeza—. Los granos que se hubieran cosechado nos permitirían pasar el invierno, pero ahora no tenemos nada. Y eso es un desastre porque un cuarto de toda la población que vive en la ciudad de Roma depende de los granos que reparte el Emperador. ¿Qué comerá esa gente? —preguntó desesperado—. La respuesta es nada y lo peor es que se terminará muriendo de hambre, ¿y sabés por qué? Todo porque el estúpido Cuestor de Annona no sabe qué hacer —terminó con bronca y dolido.
ESTÁS LEYENDO
LA ÚLTIMA CLEOPATRA
Historical FictionCleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto. ...