Roma, 12 de enero del año 24 a.C.
El invierno no ha tardado en manifestarse con toda su gloria. Los días son increíblemente cortos y fríos, solo los esclavos madrugan para cumplir sus labores, el resto de los habitantes del palacio se demoran en despertar.
No hay muchas actividades para hacer, el sol sale tarde y se oculta temprano, tampoco hay ninguna festividad importante para organizar y distraerse; así que todo se reduce a encontrar algo para hacer y pasar el tiempo.
El jardín se encuentra muerto en esta época del año, por lo tanto Selene no puede pasar sus horas cuidando las plantas, debe esperar hasta finales de marzo con la llegada de la primavera.
Se envuelve un poco más con la frazada, es una mañana muy cruda y siente como sus pies se están congelando. Aprieta sus rodillas contra su pecho y enreda sus brazos alrededor, mientras está sentada sobre un pequeño taburete de madera y mira a través del cristal de su ventana. Está nublado y hay viento, casi no hay personas caminando y debido a la ausencia del sol, el ambiente está oscuro y parece tenebroso. Selene no duda que dentro de unas horas comenzará a nevar, ha sido así los últimos tres días.
Unos golpes en la puerta y luego, unos pasos que se deslizan a toda velocidad por su habitación, no precisa mirar para saber quién es.
—¿Cuántas veces te he dicho que tienes que esperar hasta que te dé permiso para entrar? —interroga tratando de sonar fastidiada.
Pero no puede evitar que sus labios se deslicen en una sonrisa cuando ve que Marcela la Menor deja una copa y una botella junto a la mesa de su cama, y luego se apresura para meterse bajo las cálidas mantas. Algo tan fácil como levantar las frazadas y subirte al colchón para luego volver a taparte, su hermana lo convierte en un lío de telas y extremidades enredadas.
—Uhhhh ¡qué calentito! —exclama con felicidad cuando ha logrado su objetivo y está dentro de la cama y tapada hasta la barbilla.
Luego entrecierra los ojos y la mira, como si fuera un pecado mortal estar sentada junto a la ventana y no acostada. Definitivamente, Marcela odia el frío.
—Me lo has dicho muchas veces, pero no le encuentro el sentido, de todos modos sé que no te voy a encontrar fornicando con un hombre —suelta a la ligera.
Y Selene enrojece al instante, se pone de pie de un salto y va corriendo hasta la cama para golpear a la joven con la manta que tenía. Marcela suelta una carcajada.
—¡No seas así de atrevida! —exclama avergonzada—. Y córrete así también entro yo.
Marcela todavía riendo, le da espacio hasta que las dos terminan una al lado de la otra y bajo las mantas calientes.
—Es normal hablar de sexo, además pronto te casarás y por cómo te miraba el rey, estoy segura que durante los primeros días no saldrán de la habitación —menciona con picardía y un movimiento de cejas, en un tonto intento de que parezca algo sugestivo.
ESTÁS LEYENDO
LA ÚLTIMA CLEOPATRA
Ficção HistóricaCleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto. ...