Roma, 10 de octubre del año 25 a. C.
El sol comenzaba a asomarse por detrás de las colinas, iniciando un nuevo día, pero Selene estaba despierta hace ya mucho tiempo. Los últimos meses le había costado demasiado conciliar el sueño por varias horas seguidas, la ausencia de Ptolomeo aún pesaba y dolía demasiado. Se sentía sola y atrapada en un lugar que odiaba y donde la odiaban a ella.
Un ruido la distrajo de sus pensamientos, miró hacia la entrada de su habitación y notó la presencia de Octavia. La mujer se acercó con una sonrisa que tenía como objetivo transmitir calma y consuelo, pero en Selene no tenía ese efecto. Ella podía admitir que la mujer que la había adoptado no era igual a su hermano, sino todo lo contrario. Era bondadosa y los acogió cuando no tenía por qué hacerlo, pero no había sido cualquier mujer en su vida, sino que siempre se puso frente a ellos como un escudo ante cualquier problema o persona que representaba un tipo de peligro para ellos.
Había sido una buena madre y había cuidado con un amor increíble al pequeño Ptolomeo, quien se lo había devuelto de la misma manera.
Pero no era su madre y a Selene le costaba verla de esa forma porque sentía que traicionaba a su verdadera madre. Por eso, nunca la había llamado como tal, pero tampoco le había aplicado la ley del hielo.
—¿Aún no te has preparado? —interrogó con alegría, Selene solo negó. —Entonces deja que yo me haga cargo, te debes ver hermosa.
Octavia tomó el peine que se encontraba sobre el aparador y se situó detrás de su hijastra, quien se encontraba sentada sobre la butaca frente a dicho objeto. Comenzó a pasarlo lentamente sobre el cabello, mientras Selene se quedaba quieta y sus pensamientos volvían a volar. Recordó que de niña siempre le cortaban el pelo por cuestiones de higiene y belleza, estaba tan acostumbrada a usar pelucas que fue difícil adaptarse a la costumbre romana de dejarse crecer el cabello. Hoy cinco años después, las pelucas solo eran un recuerdo lejano.
—¿Ya elegiste la prenda que usarás para el banquete? —preguntó con curiosidad su madre adoptiva.
—La que tengo puesta —respondió sin corresponder la alegría de la otra mujer.
Octavia hizo una pequeña mueca, pero trató de ocultarlo. El chitón* no era feo, pero era negro.
—Mi niña, ya han pasado más de tres meses, debes comenzar a abandonar el duelo —dijo con voz calma, intentando sonar lo más suave posible para no herirla.
Selene se levantó y volteó a verla, su rostro era demasiado serio, aunque intentó no hacerlo, la había lastimado de todos modos.
—¿Qué debo abandonar el duelo? —interrogó con furia. —La muerte de Ptolomeo aun es muy reciente. No me importa que la tradición diga que el tiempo máximo para estar de luto son treinta días, a mí la ausencia de mi hermano me duele cada día y lloro por él cada noche —dijo fervientemente, mientras intentaba contener las lágrimas. —Así que no me importan tus tradiciones, no cuando soy egipcia y me obligaron a despedirme de mi hermano bajo los ritos funerarios romanos —terminó escupiendo con dolor y resentimiento.
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LA ÚLTIMA CLEOPATRA
Ficción históricaCleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto. ...