67: Semilla de la rebelión

25 2 2
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Germania, 16 de febrero del año 17 a.C.


—Esto está mal, ¿por qué estoy huyendo? ¿Y a dónde estamos yendo? —pronunció Alejandro.

La noche está volviendo a caer, han estado caminando todo el día en este bosque interminable, ambos están agotados. Por suerte, aún no se han cruzado con ningún romano, no dudan que los estén buscando o al menos a ella, pero han logrado pasar desapercibidos.

—Porque tenemos que salvar nuestras vidas, mataste a un legionario, ¿qué crees que harán contigo? —interrogó ella a cambio.

No podía entender cómo Alejandro podía dudar del problema en el que estaba metido, acaba de matar a un compañero del ejército, no serían benevolentes con él.

—Me salvaste de ese borracho, ahora yo te salvaré a ti —pronunció—. Vamos.

—¿A dónde? —volvió a insistir él.

Sabía que al matar al otro hombre se acabó condenando, que si lo atrapaban solo sería para condenarlo a muerte por su delito, no había salvación para él.

—Mañana llegaremos, ahora es momento de descansar —respondió, pero ante el descontento de él, ella se rindió—. Con mi pueblo, el único lugar donde estaremos seguros —explicó—, pero ya no me preguntas porque no te diré más, me salvaste la vida pero no confío en ti del todo —ambos se miraron en silencio y estaban de acuerdo en eso, ninguno confiaba en el otro del todo—. Pero ahora necesitamos encontrar un lugar para descansar, mañana será otro día.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis"


Drimylos había pagado a unos hombres que poseían una dudosa reputación para que se llevaran el cuerpo de la niña tonta. Attis había observado todo sin decir ni una sola palabra, mientras el resto de las mujeres lloraban o tenían un odio tremendo en sus ojos, al mismo tiempo que susurraban que no podían permitir algo así, que nadie las cuidaba y que no merecían morir porque a un hombre se le ocurría.

LA ÚLTIMA CLEOPATRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora