35 : El brillo de la Luna

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Roma, Mazmorras del Palacio del Emperador, 10 de mayo del año 23 a.C.


Con cada paso que daba, la rabia de Juba aumentaba. ¿En este lugar tenían a Selene? ¿Cómo se atrevían? El olor a humedad y la falta de aire era terrible, sin contar la oscuridad que gobernaba el sitio, solo salvada por las pocas antorchas que había. Su bella Selene no merecía este trato, pero primero quería asegurarse de que ella estaba bien, luego hablaría largo y tendido con los responsables.

—Quiero estar solo con ella —dijo antes de llegar al final del pasillo.

—Si es lo que desea —contestó Agripa resignado y ya dando media vuelta.

—Y luego deseo hablar contigo —continuó Juba—, hay muchas cosas que debemos arreglar y espero que tengas una explicación lógica porque las consecuencias te costarán. ¿Entendido?

Agripa se tragó la contestación grosera que tenía en la punta de la lengua, se repetía una y otra vez que el otro hombre era un rey aliado a pesar de todavía ser mucho más joven que él, que tampoco no era nada personal hacia su persona sino que estaba enfadado porque su prometida estaba presa. Y que cuando pudiera verla, seguramente se calmaría un poco. Sí, Agripa tenía que pensar en el bien del Imperio y que Augusto había confiado en él para defenderlo.

—Lo estaré esperando, tómese el tiempo que desee. Con permiso —terminó con educación y se marchó, seguido por todos los guardias.

El silencio que siguió después fue evidente, los pasos alejándose le permitieron a Juba respirar y permitir que la preocupación que tenía se notara más, intentó que el enojo se fuera. Selene no necesita presenciar eso, necesitaba verlo y ver apoyo, no más problemas.

—¿Selene? —murmuró un poco inseguro mientras avanzaba.

Escuchó ruido de deslizamiento de tela, como si alguien se estuviera poniendo de pie. Las antorchas sólo iluminaban hasta los barrotes de la celda, el interior de la misma estaba consumido por la oscuridad. ¿Así pasaba todos sus días? Era horrible de solo imaginarlo, no ver ni un poco de luz por tanto tiempo, ella no merecía este trato y se lo iba a dejar en claro a Agripa.

—¿Juba? —contestó una voz que no había escuchado por tanto tiempo, pero que aún lo perseguía en sueños.

Nunca la había escuchado tan ilusionada, esperanzada al decir su nombre; el corazón de Juba se apretó un poco, no sabía si era de felicidad o tristeza por imaginarse lo que había pasado y que solo ver a alguien conocido la alegrará a tal grado.

El numidio contiene la respiración cuando por fin puede visibilizarla, ella se agarra a los barrotes para poder ver mejor y contiene un jadeo.

—¡Juba! —grita emocionada.

—¡Mi bella, Luna!

No duda en acortar la distancia y pegarse a los barrotes solo para tomarla de las manos y aunque sea sentirla más cerca y brindarle la seguridad de que la sacará de este lugar.

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