58: El para siempre de un adiós

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Roma, Palacio del Emperador, 25 de noviembre del año 20 a.C.


—¿Alguna novedad? —interroga apenas su hijo ingresa.

Druso cierra la puerta de la habitación de su madre, pero antes se asegura que no haya nadie que pueda escucharlos.

—No, madre —responde derrotado—. He buscado por todas partes, pero Tiberio no está.

Livia apretó los dientes y se contuvo de gritar algún insulto. Apenas había notado la ausencia de su hijo mayor, secretamente convocó a su hijo menor y le ordenó que lo buscara, pero nadie debía enterarse. Desgraciadamente, Druso llevaba casi veinte días buscando a su hermano y siempre volvía con las manos vacías. Nadie lo había visto partir, nadie lo vio en la ciudad ni en ningún otro lado, como si se lo hubiera tragado la tierra.

—Solo queda la opción de que haya salido por algún puerto —agregó Druso, ya no sabiendo qué más decir para tranquilizar a su madre.

Él tampoco tenía una idea de dónde podría estar Tiberio, no le había dicho nada, solo desapareció sin dejar rastros y estaba bastante preocupado a pesar de intentar ocultarlo para no alterar más a su madre.

—Pero, ¿a dónde iría? No tiene ningún conocido —espetó Livia.

—No lo sé, pero es lo único que nos queda —pronunció Druso.

Livia respiró hondo y trató de calmarse. Augusto había notado la ausencia de su hijastro y ella lo convenció que había salido a recorrer los campos del Lacio para revisar las plantaciones de granos, ya que esa era su función como Cuestor de Anona y se lo tomaba muy en serio. Su esposo le creyó y no volvió a preguntar, pero si Tiberio no volvía dentro de poco, levantaría sospechas otra vez y la mentira se caería.

Así que por el bien político de Tiberio y la tranquilidad de su madre, tenía que aparecer pronto y nadie podía enterarse que había desaparecido.

—Entonces busca ahí, haz lo que puedas, pero sin soltar una sola palabra —volvió a advertir Livia.

Su hijo menor asintió y se marchó, esperando conseguir alguna información sobre el paradero de su hermano.


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