61: El príncipe predestinado

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A las afueras del Reino de Kush, 28 de febrero del año 19 a.C.


Selene no había parado de quejarse de Juba y de cómo le había ordenado alejarse, mientras él iba tras esos hombres. No habían tenido noticias de ellos después de eso, ya habían pasado cuatro días.

Apenas comenzado el viaje, Yugurta le había informado que iban al reino de Kush, ya que la reina Amanirena era la que más cerca estaba y la más confiable. Cuando se le solicitó asilo para Selene, la reina aceptó al instante, incluso ofreció algunos soldados propios para combatir a los rebeldes. Juba declinó, pero sí aceptó el hospedaje para su esposa y sirvientes. Ahora Selene, se alegraba de haberle escrito a la reina, era una buena aliada después de todo.

—Mi señora, será mejor si se tranquiliza —pronunció Nuru, preocupada por su salud.

Su señora había pasado por mucho en tan poco tiempo e incluso en su estado, eso no debía ser bueno, teniendo en cuenta que no había descansado nada. Todos aún temían un posible ataque y toda la caravana viajaba en máxima alerta, a pesar que desde que abandonaron Numidia no habían visto un solo rebelde.

—Estoy tranquila, solo que Juba cree que puede ordenarme cuando acordamos que tomaríamos juntos las decisiones —expresó aún alterada.

Luego no dijo más nada y se quedó como una estatua por unos momentos, tanto Yanira como Nuru que viajaban junto a ella en la carreta, la miraron sorprendidas ya que su reina no se había callado ni un momento durante los cuatros días.

—¿Mi señora? —preguntó Nuru.

Selene no pronunció palabra alguna, sino que miró hacia abajo, las otras dos siguieron su mirada. Entraron en pánico cuando notaron la mancha de sangre en la stola, justo entre sus piernas. Selene agarró con fuerza su vientre ante una punzada y gritó de dolor.

Yugurta que montaba a caballo justo a la par de la carreta y que no se había alejado ni un centímetro durante los cuatro días de travesía, lo escuchó.

—Su majestad, ¿qué sucede? —interrogó, mientras ordenaba a los demás soldados estar atentos.

Yanira se asomó por fuera del pequeño agujero por el que entraba aire y miró con pánico al numidio a cargo.

—Mi señora entró en trabajo de parto —dijo alterada—. ¡Debemos darnos prisa!

Esto no podía estar pasando, ese niño debía llegar dentro de un mes. No era nada bueno y lo peor es que Juba no estaba y tampoco sabían dónde se encontraba.

—¡Vamos! Hay que llegar inmediatamente a Kush —ordenó a todos.

Por suerte, las puertas de entrada al reino de Kush ya estaban a la vista.


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