38: Relaciones endebles

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En las inmediaciones de Roma, 8 de octubre del año 23 a.C.


Alejandro se había marchado de la estancia de Marcela cuando el sol comenzaba a despuntar, alegando que nadie podía verlo. Así que después de conversar durante toda la noche con su hermana, se había marchado al día siguiente entre la opaca oscuridad que iba desapareciendo lentamente mientras el sol ganaba terreno; casi como una analogía que presagiaba lo que obtendría Alejandro si su plan tenía éxito.

Las pocas horas de la madrugada no habían bastado para silenciar el dolor de la ausencia y la lejanía que latía en sus corazones ante el tiempo separados, pero había significado una pequeña caricia que alivió la soledad de ambos hermanos, que esperaban pronto conseguir su ansiada libertad. Sin embargo, habían reafirmado que eran lo único verdadero que tenían, solo se tenían ellos y nada más importaba y lucharían hasta el final.

Selene había abrazado y secado las lágrimas silenciosas de su gemelo mientras éste le contaba los horrores de la guerra, su dilema y sentimientos frente a ésta. Pero también su resolución, esta vida era una lucha constante por la supervivencia, Alejandro también debía hacer su parte de la misma forma que Selene; su felicidad final requería sacrificios, así que él seguiría el consejo de Alair y enfrentaría la guerra como debe ser: una lucha de vida o muerte.

Y por otro lado, Selene intentando aliviar la culpa de su hermano, le había contado que se había permitido conocer realmente a Juba, darle una verdadera oportunidad y no cerrarse en el odio. Y había terminado conociendo un hombre noble, amable y agradable, con el que seguramente podría vivir una vida tranquila y hasta feliz, incluso podría llegar a amar verdaderamente al hombre, si no negaba el cálido sentimiento que comenzaba a florecer en su interior por el soberano de Numidia. Eso había hecho sonreír un poco a Alejandro, quien a pesar de todo, realmente se sentía culpable y horrible al obligar a su única familia viva a casarse con un desconocido; pero saber que el hombre era realmente amable con ella y que Selene comenzaba a apreciarlo y no detestarlo, algo aliviaba ese sentimiento amargo. Al final, todos debían sacrificar algo, solo esperaba ser él quien se llevara la peor parte y no su hermana, él haría todo por ella.

—¿Me dirás o tengo que preguntarte otra vez? —interrogó la egipcia a Marcela.

Ambas estaban disfrutando del cálido sol del mediodía, un poco de tibieza en el incipiente invierno que se aproximaba. Octavia después del almuerzo, se había retirado a descansar, aún afectada por el luto, ambas jóvenes temían que la mujer mayor nunca se recuperara del todo y quedase siempre con esa mirada melancólica y su actuar apagado. Pero ninguna hablaba de ello, el tema en cuestión era otro.

—Eres demasiado ansiosa en ocasiones —responde Marcela, quien sostiene el té que le sirve su sirvienta y le hace una seña para que se retire y las deje solas, inclina la cabeza y se marcha pero las dos saben que está cerca y atenta a cualquier llamado—. Puedes estar lejos del palacio y esta puede ser mi casa, pero aún no todos los sirvientes me aceptan como la señora indiscutible, para muchos aún soy la pequeña sobrina rebelde del Emperador y no alguien digna para ser la señora de la casa, así que debemos tener cuidado.

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