07: La fiesta de Meditrinalia

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Roma, 11 de octubre del año 25 a. C.


La mujer pasó sus dedos por el pecho desnudo del hombre que estaba acostado a su lado, una y otra vez, subía y bajaba como si al hacerlo, él volvería a prestarle atención.

—Daría tres áureos para conocer tus pensamientos —susurró ella mientras mordía el lóbulo de su oreja.

Él solo resopló y comenzó a acariciarle la espalda.

—¿Tanto valen? Te aconsejo que no malgastes tu dinero —respondió Alejandro tratando de no ahondar en el tema.

—Deben valerlo porque han logrado que ya no me prestes atención —contestó mientras comenzó a repartir besos por el cuello de él.

Alejandro se separó un poco para poderla mirar a los ojos.

—Nada podría hacer que te quite los ojos de encima —respondió seguro y ella sonrió con coquetería.

—¿Seguro? —interrogó mientras se colocaba arriba de él y Alejandro llevaba sus manos a la cintura de Attis.

—Muy seguro —le contestó mientras ella se inclinaba para besarlo.

—Entonces creo que debo aprovechar este momento —comentó una vez que se alejó y volvió a pasar sus manos por su pecho. —Ya que no nos veremos por un tiempo —dijo mientras comenzó a mecer lentamente su cuerpo.

Un pequeño gemido salió de la boca de él, al mismo tiempo que apretaba con más fuerza su cintura y la instaba a ir más rápido, pero ella volvía a mermar la velocidad.

—¿Por qué? —preguntó con voz ronca al notar que ella aún no tenía intenciones de iniciar con el acto sexual, solo provocarlo.

Ella sonrió sabiendo que lo tenía bajo su control.

—Hoy es la fiesta de Meditrinalia —comenzó a relatar mientras besaba su pecho expuesto y él se movía inquieto, feliz de toda la atención pero deseoso de más—. En horas de la tarde nos toca ir al templo de la Colina, donde le ofreceremos a la diosa Venus el mirto, la menta y los juncos escondidos entre las rosas. Y le pediremos la belleza y el favor popular —dijo mientras él apretó con más fuerza su cintura, seguramente le dejaría los dedos marcados.

Pero Alejandro sabía muy bien lo que pasaba en ese templo y lo que realmente ofrecían, podía asegurar que la menta y todo lo que llevaban quedaba olvidado en algún rincón.

—Pero mañana ya no hay más fiesta y ten por seguro que vendré —dijo mientras era él quien iniciaba el movimiento esta vez y ella soltaba un jadeo sorprendida y complacida.

—Pero yo no estaré aquí, viajo a visitar a mi familia. Así que tengamos la segunda ronda en este momento —mencionó mientras deslizaba su lengua por los abdominales que comenzaban a marcarse, seguía por sus pezones, ascendía por su cuello y terminaba en sus labios—. Voy a complacerte en todo hasta dejarte agotado porque no quiero que busques a otra y me reemplaces —terminó en un tono posesivo y lo miraba con hambre y excitación.

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