11: La noche se acerca

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Isla de Sardegna, provincia romana. Ciudad de Palau, Cuartel de invierno; 14 de enero del año 24 a.C.


Ingresar al ejército romano no era nada fácil, se debían cumplir con ciertos requisitos y el primero de ellos era tener la ciudadanía romana. Esta no se heredaba, por lo tanto, legalmente Alejandro no era un romano a pesar de que su padre sí lo fue; pero luego de que Octavia los adoptase, el Emperador Augusto se las concedió como un regalo especial por ser sus sobrinos adoptivos, aunque todos sabían que era otra forma de humillarlos. ¿Qué podía ser peor que tener la misma ciudadanía que el hombre que asesinó a toda tu familia?

Por lo tanto, cualquier otro hombre que se presentara, era rechazado. Los habitantes que pertenecían a pueblos aliados a Roma, no podían ingresar a las Legiones, pero sí a las Tropas auxiliares. El propósito de éstas últimas, era apoyar a las Legiones en combate y su papel más importante lo escribían en los labores de represión, pillaje y escaramuza que complementaban a las batallas campales en las guerras.

Y si por casualidad, un liberto o un esclavo lograba ingresar a las Legiones sin ser detectado, se lo enviaba de vuelta a su amo o recibía el peor castigo posible: la muerte. El ejército era sagrado, no podía mancillarse.

El segundo requisito era estar censado y poseer un certificado de buena conducta, Alejandro no lo tenía, pero que mejor certificado que ser el sobrino del emperador. El tercero, era ser soltero y tener una edad comprendida entre dieciséis y veinte años, Alejandro estaba por cumplirlos pero técnicamente aún tenía quince años. De todos modos, ninguno de los presentes estuvo en el día de su nacimiento para testificar la fecha exacta, así que una pequeña mentira y asunto solucionado.

Por último, se le realizaba un reconocimiento médico exhaustivo al aspirante para determinar que no hubiese anomalías. Si cumplía con todos los requisitos, podía alistarse a la Legión, aunque lo peor estaba por venir.

Cuando finalmente fue aceptado dentro de las filas del ejército, Alejandro tuvo un duro trabajo por delante, ya que no fue como él pensó. Siempre creyó que al llegar recibiría un entrenamiento para aprender a utilizar la espada y luego, irían directamente a las batallas; pero llevaba tres meses aquí y ni siquiera había sostenido una con sus manos.

Apenas pisar el Cuartel de invierno, como aspirante a legionario*, aprendió a desfilar marcando el paso; le parecía una estupidez pero no podía quejarse. El optio que era el instructor que estaba a cargo de los nuevos reclutas, los hizo caminar kilómetros, Alejandro estaba seguro que conocía la isla de punta a punta. Pero no terminó ahí, ya que una vez que todos se habían acostumbrado a las largas caminatas y podían seguir el ritmo sin cansarse, el nivel aumentaba y debían marchar todos esos kilómetros cargados con su equipo militar, además de los utensilios de cocina y de instrumentos para cavar y construir, pues al finalizar el recorrido debían construir el obligado campamento defensivo fortificado y protegido por fosos.

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