48: Adiós, Roma

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Roma, Palacio del Emperador, 28 de junio del año 20 a.C.


La mujer frente a Selene tenía la cabeza gacha por sumisión y cubierta con una palla completamente, solo el espacio de los ojos era visible.

—Puedes quitarte eso —mencionó en referencia a la palla. La sirvienta negó.

—Mi rostro no es bello, las cicatrices asustan a las personas y no quiero que me griten monstruo cada vez que camino —respondió ella.

Selene se mordió el labio, estaba segura que esas palabras se las había dicho Salonia y Escipión, le habían gritado eso durante años y podía entender que se lo haya creído.

—Entiendo que no te sientas cómoda con tu rostro libre, no te obligaré a sacártelo o a usarlo, esa es tu decisión, solo quiero que lo sepas —comentó la nueva reina, la otra mujer solo asintió.

Pero en su interior sintió una pequeña luz de esperanza, algo tan raro durante la última década, pero estaba ahí. No quería ilusionarse, pero nunca en su vida había tenido la opción de elegir algo, siempre había recibido órdenes desde que nació y llegó a este mundo, tal vez eso estaba por cambiar y esa pequeña e insignificante esperanza simboliza mucho para ella.

—Sabes, nunca supe tu nombre —continuó Selene.

Y era cierto, en el caos de la invasión romana al palacio, nunca tuvo la oportunidad de saber su nombre y luego nunca volvió a verla. La sirvienta pareció titubear y se puso un poco nerviosa, pero luego de unos segundos de indecisión tomó otra vez la palabra.

—Siempre me llamaron esclava —comenzó diciendo, recordando los gritos de odio que lanzaba Salonia cuando solicitaba su presencia o intentaba humillarla—, pero el Legatus Escipión me puso el nombre de Adeona —terminó.

La pareja que la había comprado como esclava eran muy diferentes entre sí, mientras que Salonia la vivía llamando esclava, Escipión le había puesto un nombre romano como otra forma de burlarse.

Selene frunció el ceño ante lo que estaba escuchando, claramente no le gustaba para nada.

—Te pregunté tu nombre, tu verdadero nombre, el que te puso tu madre al nacer. ¿Lo recuerdas? —interrogó al final un poco dudosa.

La sirvienta se paralizó, claro que lo recordaba. Su familia había sido de las más pobres, así que cuando ella terminó en el palacio egipcio y trabajando allí, todos se alegraron sabiendo perfectamente que tendría una buena vida. Aunque pensándolo ahora, su familia se había equivocado, si bien nunca le faltó alimento y con eso los ayudaba a ellos; luego de la invasión romana, su vida se volvió un infierno y lo ha sido desde entonces, en cambio, su familia seguramente murió durante el ataque y no sufrió más.

Pero a pesar de todo eso, su madre y su padre, junto a sus dos hermanos más pequeños siempre habían sido unidos y se querían mucho a pesar de toda la pobreza, y su madre le había puesto un nombre, claro que lo había hecho. Pero luego todo se acabó y ya nadie más la llamó así.

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