Roma, Palacio del Emperador, 13 de febrero del año 20 a.C.
Las últimas nevadas habían caído, ya débiles y no tan abundantes, pero igual de blancas que el primer día. Ésta era la primera señal de la pronta retirada del invierno y del asomo de la primavera en algunas semanas, ya que la temperatura aún seguía siendo muy baja.
—Era peligroso hacer este viaje, debiste haber esperado un poco, aunque sea hasta que la nieve se derritiera —amonestó Selene.
La brisa gélida del viento chocaba contra sus cuerpos, pero ambos se negaban a entrar al palacio, querían la soledad del jardín tapado de blanco, antes que estar bajo muchos ojos curiosos que los observaban. Afuera en el frío no había tantas personas, aunque sabían que seguía habiendo oídos atentos. Estaban comprometidos, pero no casados, seguían siendo un hombre y una mujer que debían cuidar su virtud para ser decentes, las apariencias debían mantenerse y cualquier acercamiento estaba mal visto.
—Si esperaba a la nieve, no podría venir a verte, ya tengo compromisos pactados para esas fechas —respondió Juba—. Y quería verte una vez más, ya que la próxima vez que estaremos juntos ya será para nuestra boda. Además, no podía soportar tanto tiempo.
—Igual sigue siendo peligroso —agregó ella, el frío ocultó la vergüenza de su rostro.
Juba solo sonrió, si bien no lo expresaba con palabras, podía notar la obvia preocupación de Selene por su bienestar y eso lo alegraba, significaba que él le importaba. Y teniendo en cuenta como había iniciado su relación y que había sido obligada a este matrimonio, significaba mucho, tendrían la oportunidad de ser felices en el futuro.
—Además de poder verte, también quería mostrarte algo —dijo él.
Lo miró desconcertada y mucho más cuando varios sirvientes y algunos guardias aparecieron, Selene se tensó un poco, no tenía un buen recuerdo, así que cada vez que veía a los guardias del palacio, tenía el temor de volver a ser encerrada en ese calabozo.
—¿Confías en mí? —interrogó él, mientras ofrecía su brazo para que ella pudiera agarrarse.
Si era realmente sincera consigo misma, Selene no confiaba del todo en el Rey numidio, pero también sabía que el hombre no le haría ningún mal con verdadera intención, así que tomó el brazo ofrecido.
Terminaron abandonando el palacio, Juba le aseguró que tenía el permiso de Augusto, aunque se seguía sintiendo nerviosa. Mientras transitaban las calles de la ciudad, el blanco invadía cada rincón y solo los trabajadores más pobres caminaban por ellas, sabiendo que un día no trabajado era un día que no llevaban el alimento a casa.
No preguntó a dónde iban, Juba le dijo que era una sorpresa, se entretuvo mirando la ciudad. No tenía la libertad de abandonar el palacio según su voluntad, así que pasaba la mayoría de los días de su vida encerrada entre esos muros y cada vez era más difícil porque se estaba quedando completamente sola y sin ninguna cara aliada. Se estaba ahogando y sabía que debía abandonar lo más pronto posible ese lugar, nunca imaginó que ansiaría tanto su matrimonio con Juba.
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LA ÚLTIMA CLEOPATRA
Ficção HistóricaCleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto. ...